Este director siempre nos regala películas inteligentes, donde prima lo social y lo reivindicativo sin panfleto. En esta vuelve a obsequiarnos con una historia potente y repleta de mala baba. Además, no puede ser más actual ni estar más apegada al hoy cotidiano. El guion está pensado milimétricamente, es tan agudo que lacera sin trucos porque lo de este director es cine directo, a puñetazos contra la conciencia del espectador. Sus películas siempre me dejan “to loco”, y esta también lo ha conseguido.
Los males de Twitter, la cultura de la cancelación, las editoriales trepas, los quince minutos de celebridad en el hoy, los prejuicios, los juicios mentirosos o dañinos, hasta dónde llega la libertad de expresión en los discursos del odio…todos estos temas se solapan y construyen una película que adopta la narratividad sencilla, sin alaracas ni subterfugios. Directa al grano, a lo que quiere contar, que no es sino la voracidad de las redes sociales.
Pero lo mejor de ella, aparte de su ritmo vertiginoso y sin concesiones, es que no juzga al protagonista, que resulta tan ambiguo como confuso en sus actitudes y opiniones, tanto en las del pasado (inmediato) como en las que sufre en el presente. El director, de manera genial, obliga al espectador a posicionarse, a que tome determinaciones y decida quién es o cuál es la verdadera identidad de ese tipo encumbrado y luego menospreciado y relegado.
Cantet sigue siendo ese director auscultador que usa con talento y agudeza la cámara para revelar/exponer las contraposiciones y las confusiones del ahora. Su cine, y esta película es la última muestra de ello, es uno de los que mejor retrata y critica el caos en el que nos desenvolvemos. Y lo hace, siempre, abarrotando de preguntas cada escena. Preguntas que, una vez terminada la película, explotan en la cabeza del espectador.