
Vuelvo a comprobar algo que cada vez viene siendo más habitual: veo una película tras haber oído alabanzas extraordinarias por todas partes, una avalancha de sobreinformación que es casi inevitable en este mundo acaparado y secuestrado por las redes sociales. Y, claro, uno llega a la película atiborrado de enormes expectativas. Y, por si fuera poco, la han nominado a 14 premios Goya (la que más nominaciones tiene de entre todas las películas españolas estrenadas el año recién terminado).
La veo y...siento cierta decepción. Casi que me deja frío porque esperaba una enorme obra y lo que yo veo es una película con muy buenas intenciones, realizada con cierto ímpetu por un director al que todavía le falta algo de oficio e interpretada (esto sí) por tres o cuatro actores maravillosos, a la cabeza un Eduard Fernández estratosférico. De hecho, esta película sería de 5 si no fuera por él, que la eleva con su omnipresencia maravillosa y la convierte en película de 7.
Sí, es un cine social necesario. Sus claras intenciones de ahondar la crítica en lo que es sangrante son loables. Pero la época que retrata está como cogida con pinzas y explicada como para adolescentes de la ESO. Es decir, no profundiza, aunque técnicamente (vestuario y dirección artística) sea impecable. Y luego están los personajes: excepto el del protagonista y el de la monja (luego ex monja), el resto están descritos esquemáticamente y, claro, se muestran en la pantalla muy parcelados y visualizados como clichés. Y a mí esto me echa para atrás porque me impide comprenderlos y conocerlos como estoy seguro de que se merecían esas personas que existieron realmente.
Pero, oigan, los que la alabaron o la van a seguir poniendo por las nubes, que no se me enfaden, que le he puesto un 7. Es pura magia y deleite observar en la pantalla a su actorazo protagonista, que es en sí mismo torrente de cine gigante. Y la película tiene momentos aislados de reivindicación valiente que algo me conmovieron. Y también me quedo con una cosa que hay dentro de ella y que es una verdad que yo viví en primera persona en mi casa: he visto a mis padres varias veces (en diálogos y situaciones) dentro de la película. La solidaridad y la empatía hacia el prójimo que muestra la película fueron la solidaridad y la empatía que vi SIEMPRE en mis progenitores y de las que espero haber aprendido algo. Hoy día es muy difícil encontrarse personas entregadas y solidarias con sus vecinos, con el necesitado, con tus iguales. Y en esto la película lo clava hasta conmoverme.
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