
“EL AMOR DE ANDREA” (España, 2023), de Manuel Martín Cuenca
Qué injusto es a veces el silencio, ese silencio con el que pasó por las carteleras y por las listas de premios del 2023 esta hermosísima y profunda película española. Sólo obtuvo una triste nominación a los Goya a la mejor canción. De hecho, si no he investigado mal hasta es imposible verla ahora mismo en alguna plataforma. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? Tras verla, todo me parece una injusticia repleta de sinrazones.
“EL AMOR DE ANDREA” tiene un guion inmenso, de los más bellos, inteligentes y hondos que yo he catado en los últimos años del cine español. Y ese guion está dirigido con alcance y resultado magnéticos, que se muestra en la pantalla con una aridez y frialdad gigantescas que dan como resultado una puesta en escena que va al grano, sin trucos, sin parafernalias y, por tanto, sin mentiras. Así, la verdad de lo narrado aflora con una contundencia feroz y una precisión encomiable.
Tiene la película (me atrevo a decir) un estilo y tono muy de Robert Bresson. Aquí Martín Cuenca se “bressoniza” (como ya hizo en su magnífica “CANÍBAL”, aunque con otra temática radicalmente diferente) y nos regala ese cine bressoniano que es pensativo, contenido e interiorizado para crear un desapego emocional con el espectador porque lo que busca es dirigirse a su inteligencia y obligarlo a reflexionar todo el tiempo. Obviamente esto no quiere decir que no nos emocionemos, yo lo he estado desde el momento que comprendí (a los pocos minutos del inicio de la película) de qué iba la historia. Y ese Bresson también se percibe en que Martín Cuenca no busca una forma eminentemente visual, sino que bucea más en el estilo narrativo y en la profundidad de lo que quiere contarnos. Así vemos todo el rato una película sin adornos, lo que importa es el conflicto interior de esa adolescente de 16 años (retratada a través de levísimos instantes íntimos) que quiere recuperar el amor de su padre o comprender qué ha sucedido entre sus dos progenitores para que uno de ellos haya decidido ese distanciamiento.
El resultado final es una película magnética y magnífica, insisto en esto último. Pocas veces el cine nos regala verdades auténticas sin falsedades estilísticas o sin adornos que tapan las crudezas de la realidad. No necesita tampoco el director el drama, ni la lágrima o las escenas funestas para hablar con trascendencia de esas incomodidades que repercuten en las familias venenosas y cuyos efectos pagan los hijos. Y la pantalla nos grita (silenciosamente) durante algo más de hora y media que en el cine la verdad verdadera es esa que muestra el efecto antes que la causa.
Y qué actores (todos desconocidos) tiene esta película. La chica protagonista llena la pantalla, es verdad. Pero pocas veces uno ve en una película a niños tan bien dirigidos: los dos chicos que hacen de hermanos de la protagonista son un torrente de naturalidad y de autenticidad. Y esto da gusto contemplarlo.
Pues eso, una hermosa película de la que se ha hablado (injustamente) muy poco. El tiempo la colocará en el sitio que merece, estoy seguro.
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