Es una película que bucea en la sencillez expositiva con ahínco y se permite una naturalidad que acaba siendo su fuerza principal como elemento narrativo. Hay un drama importante dentro que tiene que ver con su personaje femenino central, pero este drama se presenta a base de mostrar detalles cotidianos que suman y logran un pequeñito milagro: ser un retrato que juega con lo tenue sin dejar de ser nunca profundo y cuya hondura va calando en el espectador con pasmosa simplicidad hasta emocionarlo, dada la sensatez de su reflexión con la que esta historia termina mostrándose.
Hay como una prudencia y una cordura abracadabrantes en cada escena que acaban radiografiando una meditación profunda, y tan pertinente como acertada, sobre la condición femenina en el tema de la maternidad. Nunca hay aquí dentro panfleto o maniobras mentirosas, ni tampoco trampas o demagogia, por lo que su discurso es un humildísimo (y, por tanto, muy congruente) alegato feminista con fundamento y franqueza auténtica.
El personaje protagonista se debate siempre entre los límites de la autonomía y el compromiso y el guion bucea en esa mujer con una emotividad que acaba siendo, si no catártica sí bastante liberadora. Y la película tiene un milagro dentro: su actriz protagonista que se llama Virginie Efira y que aquí logra (según mi opinión siempre subjetiva, por supuesto) el que considero el mejor papel de su carrera (he tenido la suerte de disfrutarla en varias películas en los últimos años en las que siempre está maravillosa, por cierto). Ella llena la pantalla en múltiples primeros planos en los que, a base de pequeños gestos, sonrisas o miradas, nos muestra una complejidad psicológica impresionante: es en esa cara (de belleza natural) donde la cámara logra captar (y narrar) más hondura temática. Sin ese rostro, la película no sería lo buena que llega a ser.
CALIFICACIÓN: 8,5