(USA, 2020)
Es una película cuando menos curiosa: cuenta una historia que siempre parece que va a caer en los tópicos de las historias de superación y nunca acaba haciéndolo, cosa que se agradece muchísimo. Esto hace que la veas todo el tiempo con la curiosidad de no estar siendo manipulado como espectador. Jamás aparece lo melodramático en plan hollywoodiense y eso que detrás se cuenta una historia personal dura y las escenas se suceden con la sensación de estar asistiendo a trozos de verdad, de realidad perfectamente factible, de esas que se te cruzan cada día sin que tú apenas te percates de ello y, sin embargo, otros las padecen o sufren.
Toda la fuerza parece que el director la pone en dos direcciones:
En los actores: con un protagonista inmenso y unos secundarios a la altura del actor principal. Riz Ahmed tiene fuerza expresiva, habla sobre todo a través de su mirada y la película es notable gracias, sobre todo, a su trabajo interpretativo, que es una de esas actuaciones que rebosan humanidad y que uno la va a recordar durante mucho tiempo. Emociona la conformidad final del personaje ¿El Oscar este año 2021 será para él? Pues no sería injusto si se lo dieran, con permiso de sir Anthony Hopkins (por supuesto).
En los aspectos visuales y sonoros (más estos últimos), que contribuyen (convirtiéndose también en protagonistas) a añadir contenido existencial al periplo por el que atraviesa el personaje protagonista. El uso del sonido en esta película es soberbio y parece que se mete con naturalidad dentro de la cabeza de ese chico que sufre un drama físico, pero también absolutamente psicológico.
En su tramo final, la película decae un poco por ciertas decisiones de guion y esto hace que no se convierta en una gran película y se quede en notable intento de contar un drama de “otra” manera. Me quedo con el análisis estupendo del viaje emocional que nos describe.