“TIERRA DE DIOS”
Es la primera película dirigida por Francis Lee y parece que lleva toda la vida rodando.
De una madurez en todos los sentidos impropia en un principiante, la película se adentra con personalidad individual (aunque se note la notable influencia de Ken Loach) en un entorno rural
-símbolo de muchas cosas aquí- que, justamente, es lo que más choca en principio porque no parece un espacio lógico para contar lo que se cuenta tan en profundidad y tan primorosamente.
Drama inmenso -o historia de amor precisa y nada rutinaria- en el que la fisicidad del terreno que pisan los personajes termina siendo tan poderosa y carnal como la delicadeza de los cuerpos. Y aquí, de manera inteligente y pespunteada con altas dosis de delicadeza fílmica, uno termina salpicado de esas agitaciones y fragilidades que el ser humano padece cuando su cuerpo comienza a hablar antes que la cabeza y mucho antes que el corazón.
Un elenco espectacular (qué grandes son esos dos monstruos, Gemma Jones e Ian Hart, y qué bien están los dos actores protagonistas), una dirección magnífica, un guion plagado de pozos y hendiduras y escenas invadidas de tenue sutileza, dan como resultado una opera prima que es, sobre todo, honestidad pura en el retrato que hace de las emociones corrientes.