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TRES GRANDES TÍTULOS DE CANDAYA


TÍTULO: “PASEADOR DE PERROS”

AUTOR: Sergio Galarza

AÑO: 2009

PÁGINAS: 134

GÉNERO: novela


Es una novela que parece escrita con la suela de los zapatos. Cuenta y describe y señala y critica la vida en la ciudad de Madrid (casi cualquier ciudad valdría ahora) desde el zapato del caminante que conoce y ha pisado (observado) el alquitrán, en ebullición, de una urbe mientras la engulle y hasta la fagocita. La escritura como digestión durante 134 páginas por las que el lector acaba siendo también un peatón que transita su mirada leyente riéndose (a carcajadas en muchísimas ocasiones), al mismo tiempo que va percatándose de la incomodidad o esa cosa que a veces tiene la literatura que te toca los adentros y te hace mirarte y examinar (para constatar y redescubrir) la realidad que te rodea y la persona en la que te estás convirtiendo.

Usa Sergio Galarza un estilo de sinfonía estudiadísima y tono palpitante y nos regala una novelita (el diminutivo es por su breve extensión) que tiene esa literatura (hoy, por desgracia, casi inexistente) de atesorar una magnífica historia que, además, abarca atrevimiento crítico (de los punzantes por penetración y sutileza). Su protagonista es un narrador en primera persona con incontinencia relatora, de lengua satírica y áspera que desmenuza un Madrid que jamás aparecería en las guías turísticas. Trabaja como paseador de perros y este puesto laboral sirve para desmenuzar un mosaico psicológico, brutal y variadísimo de la fauna que habita el Madrid profundo, el patético, el que mama y vomita soledad, amargura, hastío y desesperanza. Y el autor nos hace esta radiografía sin artificios psicológicos o ínfulas adoctrinadoras.

Hay en Galarza narrativa inteligente, prosa estética sin subterfugios y con mucha frescura, contenido hondo, mucho fútbol y canciones buenísimas. Y, por si fuera poco, una manera de describirnos el desencanto que taladra conciencias y que vomita contra la ira que provoca el mundo. Pero todo narrado desde la delicadeza y la sagacidad que, bendita sea, aparece revestida de divertidísima y tronchante socarronería.

Y resulta que esto es una trilogía (“Trilogía Madrileña”), así que he empezado el segundo que tiene como protagonista a uno secundario en esta primera entrega (y que ya es aquí un personaje golosina).

TÍTULO: “UN FINAL PARA BENJAMIN WALTER”

AUTOR: Álex Chico

AÑO: 2017

PÁGINAS: 251

GÉNERO: novela, diario, libro de viajes (híbrido)


Libro inclasificable en cuando al género (¿novela, libro de viajes, ensayo, diario? Creo que hoy se le llama a esto “autoficción”, pero opino que es un término que se queda corto para el modo de contar de Álex Chico). Sin duda, este puzle es una narración espléndida sobre cómo el pasado cuestiona el hoy (el presente) y, al mismo tiempo, se convierte en una lúcida y melancólica meditación sobre los hilos que unen las historias ajenas con las propias.

El periplo que inicia el narrador protagonista en busca de alguna huella sobre Benjamin Walter (polifacético escritor alemán) lo lleva por caminos de exploración sobre diversos temas trascendentales (la migración, el suicidio, el exilio, la muerte, la guerra…) expresados con una prosa limpia, transparente y de tono poético que atrapa y emociona en cada página (yo no he parado de subrayar) y el lector queda atrapado en un entramado de preocupaciones y cavilaciones sobre qué es descubrir y qué es reconocer, sobre dónde está el placer de un viaje o sobre cómo los lugares pueden reflejar nuestros estados de ánimo.

Es un libro que rebosa melancolía por todas y cada una de sus esquinas. Sólo hay que leer e impregnarse de esas descripciones del cementerio, de las calles, de las estaciones de tren vacías, de los hoteles de otra época o el mar de Portbou para quedar imbuido de emociones, de pensamientos o de juicios y reflexiones. Leer “UN FINAL PARA BENJAMIN WALTER” te humedece de múltiples agitaciones.

Al mismo tiempo, la narración se ensancha y engrandece cuando, a la misma vez que todo lo anterior, el protagonista se cuestiona el proceso de creación y toda la novela se cala de una automeditación en la que los párrafos van y vienen sobre juicios metafictivos y en los que la escritura se torna en algo fronterizo entre la ética y la estética y donde la propia palabra investiga y se autocuestiona.

Una gozada maravillosa haberlo leído.


TÍTULO: “SANGUÍNEA”

AUTORA: Gabriela Ponce

AÑO: 2020

PÁGINAS: 160

GÉNERO: novela


¿Puede una novela vociferar? ¿Puede el lector ahogarse y disfrutar mientras lee con gozo masoquista? ¿Puede un personaje herirte con su flujo de conciencia inaudito, tembloroso, funambulista e implacable y, sin embargo, sentir esa herida no sólo como gozo estético sino, y al mismo tiempo, como introyecto de creencia que haces como tuya propia?

Mis respuestas a estas preguntas habrían sido un rotundo NO antes de leer “SANGUÍNEA”. Una vez leída esta potentísima narración lenguaraz, mi opinión ha cambiado rotundamente, como rotundas son cada una de las páginas de esta inaudita novela fiera y hasta descomedida (adjetivos aquí utilizados sin connotaciones negativas, quede claro).

Estructurada a base de secuencias que parecen latidos, como chispazos de conciencia herida, la novela va sumando instantes de experiencias (todas en el límite de varios límites), sensaciones y excesos para construir un edificio en el que los cimientos son enternecedores trances de persistencia y hasta de obstinación y aguante de una mujer herida tras el fracaso de su matrimonio. El resultado es una novela que reinventa el monólogo interior para convertirlo en una especie de estudio analítico sobre las relaciones sociales en el siglo XXI o en un tratado de psicología sobre cómo el ser humano se intercomunica con los demás en pleno destrozo emocional.

Y todo aparece a través de una fraseología que es virtuoso lirismo trascendente, plagada de imágenes que bucean en el cuerpo femenino como metáfora de la herida, o en la sexualidad como parábola de los caminos inexplorados y en la que los fluidos corporales acaban dialogando con la psique y, por tanto, con lo que somos en esencia: dolor, violencia, sentimiento y emociones.

Brutal esta novela remolino: es imposible no salir herido de ella. Y cuando la cierras, ha ocurrido el milagro de la literatura: el ser humano ha sido atrapado, puesto al descubierto y, además, el lector queda salpicado y sacudido hasta la médula.

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