AÑO: 2014
PÁGINAS: 187
GÉNERO: novela
Siempre me ha parecido curioso cómo llega uno a algunos libros y lecturas. A este en concreto he llegado por esa segunda vida que parece que está teniendo diez años después de su publicación. Yo lo conocía y también había leído otros libros de Moyano hace tiempo (siempre me ha parecido un autor estupendo, de una imaginación desbordante, por cierto). Y voy a contar por qué no había leído su “Yegorov”: lo tuve varias veces en mis manos, pero no soportaba su portada, una portada que me llevaba a pensamientos de novela aburrida, tostonazo y a que no me iba a interesar su argumento. Y siempre lo dejaba de nuevo encima del estante de las librerías donde me lo encontraba. No sé, prejuicios que uno tiene, quizá. Y tontos prejuicios, lo reconozco. Pero yo muchas veces compro libros gracias a sus portadas y, también, rechazo libros precisamente por sus portadas. No lo puedo evitar.
Bueno, me quité esos prejuicios gracias a estos últimos lectores que se la acaban de leer hace poquito y han hablado bien de ella. Se la pedí a mi librero y la tuve un mes y pico en mi mesita de noche vigilándome raro: esa portada me miraba mal y yo la rechazaba de nuevo. Pero, al fin, me puse el sábado pasado a leerla y la devoré de un tirón absolutamente enganchado y feliz por encontrarme ante una novela portentosa en imaginación y en estructura narrativa. Y qué rica en personajes variados construidos con dos trazos y, sin embargo, con profundidades y psicología.
¿Qué es “EL IMPERIO DE YEGOROV”? Es, ante todo, un juego literario. Un artefacto narrativo que se enreda entre varios géneros (un enredo como el Cluedo o los Juegos Reunidos Geyper -¿los recordáis?-) para construir una trama que tras la pandemia de hace 4 años parece que se convierte en una anticipación o en una novela visionaria, pues dentro de ella hay una distopía tan creíble como factible en cualquier momento (bueno, factible, factible, no mucho, pero Manuel Moyano la cuenta de tal manera, que…¡pumbaaaa!, parece verídica y practicable). Y como todas las distopías, esta novela produce miedo. No sólo por lo que cuenta, sino también por la galería humana que pulula entre sus páginas, que son seres humanos tan del hoy que producen recelos, aprensiones y sospechas. Qué peligro tienen todos. Y a muchos de ellos podríamos ponerles rostros actuales e internacionales que todos conocemos.
Desde el punto de vista literario, es una novela muy bien escrita: la prosa de Moyano es tan poderosa, que su aparente claridad es producto claro de un primoroso pulido. El ritmo llega a ser endiabladamente tarantiniano y su complejidad estructural (que no se nota jamás leyéndola, porque todo es fluidez dentro de ella) es el trabajo de un orfebre que ha sabido hilvanar todas las ocurrencias geniales que había en su cabeza antes de escribirla. Y, pese a ser una estructura caleidoscópica (diferentes tiempos, espacios múltiples, opuestas formas narrativas y perspectivismo en las voces narrativas), no se le escapa ningún detalle y todo acaba aportando al conjunto. Manejar algo así no es fácil, pero Moyano logra hacerlo con una supuesta comodidad narrativa fantasmagórica. Todo dentro de esta novela aparenta fluidez y jarana, un divertimento (sobre temas muy serios) muy parecido a las grandes novelas de aventuras, a las películas de Indiana Jones o a las quimeras de ciertos mitos clásicos, que nos llevan al espanto de un presente utópico, pero que no está muy lejos de esas mentiras peligrosas que nos estamos creyendo (o tragando) en el aquí y ahora.
Pues que sí: que estoy muy agradecido a este renacimiento de “EL IMPERIO DE YEGOROV” porque me había perdido una novela tremendamente divertida, hermosa en logros narrativos y que hace de la incredulidad algo tan verosímil como placentero y jubiloso. Si escribir es imaginación, Manuel Moyano sigue siendo (ya lo pensé al leer sus libros de relatos hace unos años) un maestro en esto de crear entelequias gustosas. Bravo.
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