“AMISTAD PROFANA”, de Harold Brodkey
- salva-robles
- 28 sept
- 3 Min. de lectura

“AMISTAD PROFANA”, de Harold Brodkey
AÑO: 1994
PÁGINAS: 437
GÉNERO: novela
Mi segundo acercamiento a Brodkey (caí rendido ante los relatos de su libro “Primer amor y otros pesares” ) me confirma algo que sentí leyéndolo la primera vez: que se trata de un extraño autor, único por lo que tiene de particular, que escribe con una insólita (y hoy chocante) complejidad, mientras le regala al lector (el que esté dispuesto a entregarse a su mundo narrativo) una hondura extraordinaria, difícil de catalogar y bastante compleja, a la hora de comprender, en muchos tramos, ese combate que hay entre la memoria, la interpretación del mundo y la propia escritura. Porque, aunque hay una historia detrás con argumento definido -aquí es la historia de una amistad (y de un amor insólito y muy especial) entre dos amigos a lo largo de tres momentos diferentes en el recorrido de sus vidas-, Brodkey filosofa sobre todo lo que narra. Nada de lo que sucede o cuenta es superfluo y todo es susceptible de investigación piscológica y extendida disquisición.
Detrás de todo eso hay una cabeza (la del autor) inteligentísima que narra dando preponderancia a las sugerencias y a los matices, variando las tonalidades del género narrativo según le convenga, para regalarnos una prosa refinadísima y hasta muy delicada y cuyo resultado es una fiesta de calado y profundidades varias. Leo a Brodkey sintiendo todo el rato que debo esforzarme (y bendito ese esfuerzo) en ser un lector fino y selecto, ya que mi empeño me va a traer recompensa: una novela por momentos barroca y hasta onírica, cargada de un extraordinario lirismo mientras el autor se sumerge hasta lo más profundo en temas tan trascendentales (e importantes para el ser humano) como la complicada búsqueda del deseo, el amor y la sexualidad. Porque las tres cosas van de la mano y ninguna se puede entender sin las otras dos. Otra cosa es que sepamos vivirlas y sentirlas al mismo tiempo y, por eso mismamente, sufrimos, la cagamos o estropeamos lo que tanta felicidad y tortura nos produce cuando encontramos a la persona en la que depositamos nuestros esfuerzos, voluntades, contradicciones y angustias.
Pero “Amistad profana” es también la historia de una ciudad (Venecia), que aparece como fondo y cómplice, y también como enemiga en su inmutable decadencia; una ciudad que será testigo de todo lo que viven, sienten o padecen los personajes que la recorren una y otra vez, que la huelen y palpan, que la pisotean, la humillan, la aman, la odian, la necesitan y a la que le gritan sus más íntimos secretos. Venecia es un personaje más, una presencia profusamente descrita por un Brodkey que parece conocerla al dedillo y que la utiliza como marco transgresor, pero también como metáfora de la conciencia del alma humana de las criaturas que aparecen entre las páginas.
Se lee a Brodkey sintiendo todo el rato que, además de los personajes (que son entes formidables y repletos de capas), lo que le interesa es, y sobre todo, el estilo de lo que narra. Así, parece que quiere hacer un pacto con el lector y le ruega a este que acepte todo y que haga el esfuerzo (en esta novela hay muchas páginas en las que ese esfuerzo se vuelve titánico, pero, repito, siempre con extraordinaria recompensa) de valorarlo como lo que intenta ser: un escritor inmenso, un cerebro prodigioso que sueña despierto con una literatura a la que le pone pasión y le dedica una intensidad y un atrevimiento que es profunda energía.
Posdata: jamás he leído escenas de sexo como las aquí plasmadas. Hay atrevimiento y transgresión absolutas porque nunca me habían narrado la sexualidad desde la profundidad de la conciencia de los personajes. No hay aquí sexo explícito para calentar al personal exclusiva y concienzudamente. Lo que hace el autor norteamericano es penetrar (sí, es un verbo muy sexual) en lo más profundo de la psique de los personajes para rastrear e inquirir en nuestros traumas o conmociones y traerlos a la palestra como radiografías certeras de nuestros pensamientos y/o deseos más conscientes e instintivos o involuntarios. Es decir, la sexualidad como naturaleza, como biosfera o entorno natural y, al mismo tiempo, como cognición inevitable. O el sexo como algo que nunca sabemos descifrar ni digerir y como otro más de los grandes enigmas humanos, a la altura de la muerte o el sentido de la vida.
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