“MUERTE DE UN APICULTOR”, de Lars Gustafsson
- salva-robles
- 11 oct
- 3 Min. de lectura

“MUERTE DE UN APICULTOR”, de Lars Gustafsson
AÑO: 1978
PÁGINAS: 205
GÉNERO: novela
“Yo diría que fue el dolor. Una especie de dolor originario
que se lleva dentro desde la niñez y no se ve nunca.
Mucho más importante que la existencia misma del dolor
es conservarlo siempre escondido”.
El escritor sueco Lars Gustafsson utiliza en esta novela el recurso de unos cuadernos encontrados donde un hombre escribe sobre diferentes momentos de su vida mientras se muere por cáncer terminal. Esta circunstancia sirve al autor para que descubramos a un personaje, el protagonista, que no se dirige a ningún emisor, sino que escribe como para sí mismo una especie de apuntes, o digresiones, o pensamientos, o efemérides (aunque, en realidad, necesite de un interlocutor para sentirse menos solo). Así, los lectores nos encontramos con una novela aparentemente sencilla, pero de una profundidad que llega a conmover en todas y cada una de sus páginas. En el fondo, esta novela es la radiografía de una mente humana que reflexiona y recuerda cuando ya la juventud quedó lejana y todo lo que repiquetea en nuestro interior son recuerdos y ese camino, ya mucho más corto, que nos queda por transitar hasta que llegue nuestro final.
El fingido consuelo y esa realidad oscura que es la cercanía de la muerte pululan por la novela a través de los pensamientos de un hombre (antiguo profesor y ahora jubilado anticipadamente que se dedica a la apicultura) que es un tipo normal que se debate entre el silencio, el duelo de sí mismo y la nada que quedará cuando él ya no esté. Hay también detrás de todo lo que ese hombre cuenta, una radiografía sutil (con tonos poéticos y embriagadores) no solo de una vida, sino también de un modelo cultural socialdemócrata (muy nórdico) de la Suecia de los años 70 del siglo pasado. Todo aparece en la novela de manera etérea a través de una prosa que intenta atrapar el sentido de las cosas, que no es sino algo inaprehensible y donde el asombro y el desconcierto son un lenguaje huidizo y restringido que solo se imagina desde la aceptación y la tolerancia, porque es lo único que nos queda cuando es la vida la que manda y oferta. Así, nos encontramos con una novela muy introspectiva que, sin embargo, aparece ante los ojos del lector con una prolijidad encantadora, tan perspicaz como repleta de ternura y que nunca se olvida de utilizar cierto humor (muy nórdico, por supuesto) que pretende convertir lo narrado en algo si no consolador del todo, al menos en algo transformado en aprendizaje, pues es desde ese amaestramiento desde donde podemos encontrar conexiones que den algo de sentido al dolor de vivir.
No, no es una novela triste. Es una novela que habla, sin tapujos (utilizando siempre cierta dulzura tonal,) de que vivir es aprender a desaprender sobre discutibles disposiciones absolutas como el apego, los deseos o la prosperidad. Porque es en lo nimio, en los rincones pequeñitos de la vida, donde quizá se encuentren aquellas cosas elevadas que buscamos erradamente. De ahí que su tono aparezca entre las páginas siempre sereno, que es como se toma el protagonista todo lo que le viene y todo lo que piensa a través de lo que le viene. Hay en ese hombre realismo y tolerancia y una humanidad que es lo que más me acaba calando de esta novela.
Una novela maravillosa en su delicada sobriedad.
“No hay salida. Estamos completamente sumergidos en la realidad,
en la historia, en nuestra propia biología”.
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