(Austria, 2014), de Jessica Hausner
Si Goethe hubiera sido cineasta y en su época hubiera existido el cine, habría escrito y realizado esta película. Ambientada en el Berlín del siglo XIX, en plena vorágine del Romanticismo, la película de Hausner nos narra una libre interpretación del suicidio de uno de los principales escritores dramáticos de la época: Heinrich Wilhelm von Kleist.
A Jessica Hausner, cineasta brillante, le sale una película inclasificable, divertidísima en su desvarío (aunque esté contando una tragedia: pero es que las tragedias románticas tenían su punto estrambótico, ¿o no?), de acabado estético indudable que empapa las retinas del espectador y lo deja conquistado y agradecido ante tanta belleza estética (de planos, de encuadres, de secuencias, de sutiles movimientos de cámara apenas perceptibles y de una reconstrucción histórica impecable).
Lo original de la propuesta parte de un guion que usa la inteligencia a base de la construcción de una historia desde su reverso (¿de amor?, sí, claro; pero no al uso): la narración sentimental (una obsesiva -tan deprimente, como tierna y patética- determinación de un personaje en búsqueda de una mujer dispuesta a morir por él) la conocemos no desde el lado lacrimógeno o emocional, sino justo desde el lugar más inesperado: la película es el esqueleto aparatoso de la vertiente cómica del asunto y no su cuerpo sentimental o emocional. El resultado es como si esto fuera una versión de Jane Austen rodada por el maquiavélico Haneke de “FUNNY GAMES”, pero sin violencia, conste. Sólo ironía, absurdo y patología humana. Y de ahí surge, por arte de magia, la crítica y el símbolo. Y añadamos a Eric Rohmer como referente.
Hausner nos regala otra película suya repleta de talento en la que vemos una gigantesca lección de cine fuera de convenciones. Una directora con una capacidad descomunal para crear atmósferas y soltar, de paso, dardos envenenados más complejos de lo que en apariencia parecen.