AÑO: 2013
PÁGINAS: 240
GÉNERO: novela
Novela sobre la demolición de las pretendidas certezas.
En los primeros párrafos se lee: “Ayer por la mañana, de improviso, mi mujer rompió a llorar en la cocina. (…). Agotada, dijo: Quizá no me gustan los hombres”. A partir de este devastador comienzo (no nos equivoquemos, la novela no habla de la homosexualidad de la esposa), el protagonista entra en una crisis existencial profunda que le hace replantearse todo lo que hasta entonces parecía sólido en su vida. Nociones como el matrimonio, los vínculos, las relaciones sexuales, la paternidad o el trabajo aparecen retratados con un talante absolutamente novedoso y, con un estilo literario que deslumbra desde la construcción de la sintaxis narrativa (cuya elegancia y perfección atrapa y embelesa a partes iguales).
El análisis de todo lo que le rodea y que realiza el protagonista (es una primera persona narrativa profundamente humana) está hecho sin concesiones, de forma brutalmente directa y sin evasivas. Hay párrafos o capítulos enteros antológicos, quizás los mejores sean aquellos que hablan de cómo la paternidad sacude y trastorna los edificios sentimentales construidos hasta que esta aparece y hace que todo se tambalee. La mirada del narrador (atenta, sorprendida, emocionada, cabreada y, sobre todo, ofuscada) se pasea por las páginas de la novela con modulación fabuladora entre la confesión (cuánta intimidad queda desnudada) y la crítica a un mundo que parece no estar preparado para ciertas permutaciones de algunos roles sociales.
Me quedo corto con todo lo que acabo de decir. Hay que leerla. Tanto la novela como su personaje principal me parecen dos aportaciones de altura (indispensables) en la literatura contemporánea.
Pasen ustedes, el telón queda abierto.