Páginas: 96
Publicación: 2006
Género: teatro
Una obra de teatro (que muy bien podría pasar por una novela corta exclusivamente dialogada), protagonizada por dos personajes (dos hombres sin nombre, denominados Blanco y Negro) que defienden dos posturas antagónicas, le sirve a Cormac McCarthy para hablar sobre el sufrimiento, sobre el derecho a suicidarnos y sobre la existencia de Dios (pero, sobre todo, del silencio de éste, finalmente). Antes de esta conversación, Negro ha salvado a Blanco y se lo ha llevado a su minúsculo habitáculo -cerrado a cal y canto- para convencerlo de que no vuelva a intentarlo.
La obra merece la pena porque hay mucha inteligencia en los diálogos, porque te obliga a posicionarte (con lo que la reflexión es inevitable) y porque te recuerda a Shakespeare o a Faulkner, por poner sólo dos ejemplos.
Lo negativo viene precisamente de lo difícil que es salvar el escollo de la demagogia, de la que McCarthy no logra desprenderse en muchos de los grandes momentos que hay dentro de la obra. Lo tenía complicado, pues se puso como escritor unos límites demasiado marcados al utilizar a dos únicos protagonistas.
No obstante, inquieta y remueve el pesimismo implícito en ambos personajes (por mucho que Negro lo intente, Blanco le hace comprender que tiene la batalla perdida). Y esa radiografía (tan lúcida) del presente en el que la búsqueda de la felicidad se convierte en utopía inalcanzable, está mostrada con la penetración habitual de uno de los escritores contemporáneos más comprometidos (con lo que cuentan) y más fieles a un estilo inconfundible (por cómo lo cuentan) y tan literariamente exquisito.
Posdata: voy a verme la versión cinematográfica dirigida en 2011 por Tommy Lee Jones y protagonizada por él mismo y Samuel L. Jackson.
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