Páginas: 313
Publicación: 2003
Género: novela
Segundo libro, casi seguido, que me leo de este autor, todo un descubrimiento para mí y al que le tenía ganas, pues sus compañeros de generación (Amis, McEwan, Barnes o Ishiguro…) son escritores que admiro y a los que sigo fielmente desde hace años.
De entrada, decir que es una novela de prosa contundente: el narrador en primera persona dispara casi como una metralleta sus frases cortas, continuas, con una sobriedad que parpadea entre la prosa lírica y el argumento policíaco (sin ser, con ello, una novela policiaca o lo es, pero de una manera muy original; aunque yo me decanto por clasificarla dentro de la novela psicológica o intimista, pues su personaje central -el narrador- se desnuda tanto o más que la propia historia que nos va desmembrando con una sutileza en los detalles apabullante y muy certera, que no es sino una tremenda/desasosegante vivisección del amor en algunas de sus variantes).
La simpleza (aparente) de su argumento no debe engañarnos. Dentro hay personajes rotundamente contradictorios y, por ello, muy humanos, con el narrador/protagonista a la cabeza, que se ve rodeado por una serie de personajes, sobre todo, femeninos -unos más esbozados que otros, pero todos de una complejidad admirable- que le van a alterar la vida, se la van a modificar sin que nada pueda hacer para evitarlo. Y el narrador bucea en todo lo que le rodea para intentar contarse -o mejor, explicarse- el mundo, la vida. Revelarse y conocerse a sí mismo, en definitiva.
La historia va apareciendo poco a poco, como piezas sueltas que van ensamblándose, creando un misterio, un suspense, una búsqueda de respuestas a cosas que quizás no las tienen. Hay que dejarse llevar como lectores, porque lo que contado en pocas palabras se convertiría en un argumento-culebrón, no es sino una novela que se arriesga y se tira a la piscina (con valentía y logrando salir intacta) de la brutalidad o crueldad del más salvaje de los romanticismos.
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