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"LA NOCHE EN QUE PUDE HABER VISTO TOCAR A DIZZY GILLESPIE", de Antonio Tocornal



AÑO: 2017

PÁGINAS: 198

GÉNERO: novela


¿Podría ser la “bohemia” un subgénero narrativo, además de lo que ya es, es decir, un estilo de vida caduco? Hay novelas y películas que hablan de ella con prodigalidad, situada siempre en el contexto del París de finales del XIX y principios del XX. La novela de Antonio Tocornal es como un remedo (yo diría que más bien un homenaje) de aquel movimiento cultural, pero situada en el París de los años 80. Un homenaje doble: a un modo de vida pasado y a una etapa de la vida del propio Tocornal, que pasó unos años en la capital francesa. Me consta, así me lo dijo él mismo, que es una narración bastante autobiográfica.

El París de Tocornal (qué suerte y qué envidia, por cierto, haber vivido allí y haber experimentado ese destino de vivencias, sean o no del todo ficciones en su novela) está repleto de todos aquellos tópicos que conocemos sobre “la bohême”: individuos con vocaciones artísticas y de apariencias o vidas llamativas, indiferentes a las cotidianidades y normas establecidas, románticos muy alejados de las convenciones burguesas y seres aparentemente libres. Pero todos esos tópicos como que se dan la vuelta en la narración de Tocornal y vemos una amalgama amplia de criaturas variopintas que sobreviven como pueden y en esa supervivencia lo que contempla el lector es un retrato impresionista y repleto de humor (negro y hasta muy negro casi siempre) de seres humanos que naufragan y se desvían por caminos bien diferentes al que les trazaban sus ilusiones. Y, sin embargo, esa especie de educación sentimental que vive el narrador (el Antonio veinteañero me imaginaba yo mientras leía) contempla, con mirada honesta y siempre llena de ternura, a las personas que se cruzan en su vida (más bien una sola noche) y les regala unas páginas (todos protagonizan prácticamente un capítulo de la novela) emotivas y entrañables, aunque detrás se perciba en muchas ocasiones la brutalidad de la vida y el desencanto con el que esta nos atraganta tantas veces.

Es una novela coral, un retrato colectivo, y como tal, los personajes van apareciendo y desapareciendo creando en el lector la sensación de haber sido invitado a pasar una noche (de alcohol y otras sustancias) con todos ellos. Transitamos las páginas y los acompañamos en ese deambular que inicia el narrador hacia un lugar concreto al que no le será posible llegar, pero no importa; aquí lo que interesa es recorrer los espacios por donde peregrinan, conocerlos en sus esperpénticos contextos cotidianos y escucharlos filosofar cada uno a su manera sobre la existencia, esa que soñaron cuando el Mayo del 68 y los convirtió en condenados de sus propias fantasías en mitad de sus vidas malogradas del presente.

Con una prosa ágil, tan bien urdida como edificada, de esas que logran meterte dentro casi como si las vivieras al mismo tiempo que se lee, Tocornal nos regala una novela entrañable que presenta una galería de personajes trazados magistralmente en una sola frase certera o en una circunstancia que los desnuda sin necesidad de dar retóricas explicaciones. Hay fluidez narrativa en cada página, brillos inteligentes en la construcción de escenas y una endiablada ironía (que no se queda sólo en la parodia) cuando muestra a sus personajes en pleno proceso de supervivencia, que es lo que hacemos todos, sólo que unos mejor o de manera más entretenida que otros. Se bebe al leer y deja su poso de melancolía sobre ciertas hipocondrías que quizá no nos hemos permitido cuando se podía (ay, la bendita juventud y qué rápido pasa) y, finalmente, uno cierra el libro agradecido y hasta un poco desconsolado porque nos hubiera encantado participar en esa noche ya eterna por obra y gracia de un autor que decidió inmortalizarla entre unas páginas que merecen mucho la pena ser leídas y disfrutadas. Gracias, joven Tocornal. Por lo que viviste y por cómo has sabido contárnoslo de adulto.


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