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"LAS PISTOLAS DE NATACHA"


LAS PISTOLAS DE NATACHA


Por Salva Robles


Natacha no escribe. Ella dispara, ya que sus palabras son como balas. Cada párrafo, una ráfaga continua de proyectiles que aniquila sin miramientos a todo aquel que osa ponerse de frente y la lee. Porque con esta autora hay que atreverse, ser temerario, un valiente: no hay frase que no remueva los intestinos, la conciencia, los sentimientos o las emociones. Literatura orgánica, de esa que siempre te pilla por sorpresa: Natacha sabe dónde hurgar para sacudirte. Hay quienes llamarían a esto prosa poética. Vale, pues sí, lo es, cómo no si ella hilvana palabras y entonces nacen agitaciones o trastornos y hasta las dos cosas al mismo tiempo. Pocas veces prosa y poesía las vamos a encontrar tan hermanadas. De hecho, se convierten en diabólicas herramientas que terminan desnudando nuestros instintos, nuestras turbaciones, aquello que no queremos ver cuando nos miramos en los espejos.

pam,

pum…

¡fuego!

Y caes. Caes rendido de admiración, de agradecimiento. Placer múltiple, orgasmo prolongado. Hay libros que no se agotan, que los cierras y empiezas de nuevo. O que se te quedan dentro rumiando, desplazándose entre tus emociones y susurrándote a cada rato.

Nunca el microrrelato ha tenido más vísceras, más sangre coagulándose, más penetración psicológica (que nadie lo olvide: Natacha es una virtuosa espía del ser humano). Cada texto de esta escritora configura un cosmos repleto de atmósferas que son pura orografía de nuestros instintos (los más elementales, también los más encerrados o inconscientes). Y en cada uno de ellos descubrimos un mundo subterráneo que se bifurca como parábola de las frustraciones contemporáneas. De ahí que los personajes que habitan estas historias aparezcan en permanente búsqueda, aunque no sepan casi ninguno lo que les gustaría encontrar. O quizás es que sienten miedo a reconocerse, a tropezarse con el amor que anhelan, a dejarse arrastrar por las turbulencias a las que no saben ponerle nombres y las disfrazan con los seudónimos desengaño y escarmiento. Ya se sabe: para hablar de pasiones, es necesario que estas no estén y las echemos de menos.

En las historias de Natacha no se te permite un descanso. En ellas hay un frote duradero con la realidad que nos circunda: lo malo y lo que parece bueno, el cataclismo y la deflagración, los apegos y el despeñadero hacia el abismo. Esa cosa de vida literaturizada preferible a la que nos narra a cada uno la cotidianidad. Y se la debe leer en trance, dejando que te alcancen las balas de sus pistolas, sin resistencias, para comprobar la red de entusiasmos que es cada línea de este libro. Y para evidenciar, no lo duden, que la belleza a veces también nos hace una visita.

Pim,

pam,

pum…

¡fuego!

Y mientras se oyen los tiroteos o las descargas, de pronto estalla la ternura, que también pilla desprevenido al lector. Entonces, todo lo leído comienza a interpretarse desde otra dimensión: Natacha nos emociona en los detalles, en esa literatura que respira como con ronquidos, como cuando un tanque se aproxima por una ladera antes de la batalla. Sabemos que los tanques son monstruos gigantes que van dejando huellas y que te pueden devorar. Así es este libro que tenéis entre las manos: arma en la vanguardia que no se parece a nada ni a nadie. Y si se parece a alguien, sólo se parece a Natacha, que es un género literario en sí misma. Hace años que la sigo a diario por las redes: fue un flechazo que aún perdura. Me temo que las heridas de sus balas me han dejado marcado para siempre. Pero no me importa: yo he leído toda mi vida para que me disparen y me asesinen, leo para morir y resucitar tras cada página. ¿Se le puede pedir algo mejor a un libro? Lleven cuidado, pues con este el peligro está asegurado y quedarán atrapados en un misterio: Natacha es una bruja de las intuitivas y versátiles, aunque también es de las poderosas y hechiceras (¿recuerdan a esas rubias del cine negro?). Muerdan la manzana de esta bruja y verán.

Quedan avisados.

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