
Querida vida, gracias por estos 55
Cuando era joven (cumplir 55 me ha hecho ver -y, sobre todo, sentir- que ya no lo soy tanto) creía que era importante tener metas, ambiciones, sueños…Embustes y enredos mentales, al fin y al cabo.
Hoy sé otra verdad: lo relevante es la experiencia y poner consciencia en cada respiración en el aquí y ahora. Disfrutar de cada instante o, más que disfrutar, sentirlos. Porque, con 55 años, uno ya elige lo que quiere que le emocione, uno ha aprendido (y qué gozo es esto y cuánta paz procura) a no desear lo que no se puede alcanzar. He aprendido, y me lo digo a diario, a disfrutar de lo conseguido, del producto de persona que he logrado en esa construcción que ya soy por dentro y por fuera: uno acepta ser, incluidos los desórdenes.
Qué etérea se hace la vida cuando se comprende que las expectativas o los anhelos prolongan los tormentos. Es mejor disfrutar de ser lo que eres, de eso que te ha llevado hasta este hoy: la elocuencia en la que me he convertido. Si se acepta, uno es más feliz o vive más tranquilo. Creo, sinceramente, que lo he logrado: alcanzar esa sencillez de aceptar lo que hay, lo que tengo. Y que no pasa nada por todo eso que no hay o no tengo. Es mejor y más hermoso suspirar por lo que ya se tiene.
Cumplir 55 también te hace mirar de otra manera. Sobre todo, las batallas de los otros. Esas que antes te afectaban y ahora has entendido (por fin) que no eres tú el problema cuando es el otro quien los tiene. Y optas por el silencio, esa situación tan plácida de callarse y no entrar en los venenos o en las contaminaciones de quien ha optado por vivir en ellos. Esa mirada nueva y esos silencios también son un lenguaje: el tuyo. La libertad de poder elegir y de no implicarse, de descubrir que se puede respirar, aunque los otros no quieran que lo hagas. Los enemigos son enemigos de sí mismos.
Este que soy hoy con 55 es también todos esos otros que he sido en todas las edades anteriores. Dicen que sumar es también cumplir años, por algo lo dirán. Y cumplirlos me ha enseñado, por ejemplo, que uno siempre se escapa de las crisis y que estas son accidentes de salida hacia otros lados. Es fácil hablar después de atravesarlas, es cierto. Pero es que esto es lo que tiene cumplir años: que sabes de primera mano que el mundo no se acaba mientras sigues vivo.
A mis 55 también he comprendido que soy un ignorante en muchos aspectos y que no me importa serlo. Valoro más que me gusten las cosas que me gustan y no me da miedo disfrutarlas y decir que las disfruto. Soy dueño de mis necesidades, de mis complacencias y de todo lo que sé que me produce agrado. Qué a gusto se está en el impudor. Es un desahogo que no te importen tanto (a veces nada) los juicios o prejuicios de los demás. Qué más da, por ejemplo, lo que lea o vea en el cine o en las plataformas que tengo contratadas. Leo o veo lo que me apetece leer o ver. Haber alcanzado los 55 es un arte: el arte de saber procur(arte) goces musculosos. Ha habido toda una carrera de fondo hasta llegar a este entendimiento de conocer cómo saciarse uno a sí mismo. Cuánto amor y cuánto deseo hay en cada posibilidad que uno intenta en todo aquello que le gusta o que quiere que le guste. ¿Y no te aburres?, me preguntan mis hijos cuando me ven siempre o leyendo un libro o viendo una película. ¿Aburrirme? ¿Qué es el aburrimiento?, les contesto. Y luego pienso: ¿cómo me van a aburrir todos esos amores que me presentan a diario mis propias curiosidades? ¿No es acaso una gran felicidad darse cuenta de que hacer lo mismo -porque te gusta- es viajar cada vez más lejos?
Hacerse mayor es también esto: poder gritar al mundo que sobre ciertas cosas o aspectos de la vida uno ha decidido no tener opinión. Sobre todo, en temas en los que los ofendiditos utilizan sus dardos de frustraciones varias para intentar hacerte daño. Qué gusto da callarse y dejarlos sin contestación. Antes me rebelaba y caía en las trampas, con 55 uno hasta se ríe de los demás, pero sobre todo de sí mismo. Las grandes carcajadas comienzan en un silencio o mirándote a ti mismo en un espejo. En cada silencio sube un poco tu balanza a favor. Y el día que notas que te muerdes la bilis o que vas a ceder en la tentación, coges la manta de la ironía y cubres la mierda con ella. Humor e ironía como recursos hacia la estabilidad.
En fin, que hoy llego a los 55. Qué suerte poderlo contar mientras lo vivo y lo disfruto. Y aunque la edad es (indudablemente) un tipo de castración que sucede como a paso de tortuga, lo mejor es aceptarlo. Que sí, que he perdido inocencia en el camino, muy cierto, pero es que esto es parte del peaje.
Posdata 1: hay personas que eligen existir en un duelo patológico constante. Yo me he pedido otro tipo de egocentrismo: ese que grita a los que quiero que me quieran mucho y más a partir de ahora, que yo seré empático y procuraré quererlos más aún también. La empatía, esa que será nuestra salvación. Es lo que voy a pedir cuando sople las velas.
Posdata 2: No, mamá, no me olvido de que tal día como hoy de hace unos años y a la misma hora que nací según pone en mi partida de nacimiento, decidiste marcharte cogida de mi mano hacia otro lugar y que por eso celebrar mi cumpleaños es también recordar tu ausencia. Uno nunca termina de acostumbrarse a que no estés, aunque haya comprendido también que esto es parte del recorrido.
Posdata 3: Querida vida, gracias por estos 55. Vamos a por otra provisión de contenidos.
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