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LEER A ALMUDENA GRANDES


YA ESTÁS AQUÍ, ALMUDENA


Leer a determinados autores no sólo lo hace uno por la conexión que establece con la literatura que te regalan. A veces hay que añadir otros componentes. Con Almudena Grandes hay algo más. Con ella y con otros autores de su generación viví mis primeros contactos directos con los escritores, otro modo de vivir la literatura que amaba. Bien porque iba a conferencias, bien porque hacía cola en las ferias de libros, bien porque leía sus columnas semanales en los periódicos (columnas que uno recortaba y coleccionaba porque no existía internet) o bien porque leía a diario relatos en los veranos eternos de mi pueblo que estos mismos artistas de la palabra publicaban (y que yo también coleccionaba). Había como un contacto inquebrantable con ellos. Y uno se daba cuenta de que conectabas con sus ideas, pensamientos e ideologías. Y añadamos que una vez que les leías un libro, te pasabas el resto del tiempo yendo a las librerías de segunda mano con tu novia de la universidad para bucear y tratar de encontrar otros títulos a precios más asequibles. Ir a esas librerías demandaba un ritual: quedar, pasear de la mano por las calles perdidas del centro de Málaga con dobles cosquillas (las del amor y las de la ilusión por encontrar un título de tus autores amados), entrar a varias de esas librerías (entonces había muchas), rebuscar entre los anaqueles y las repisas, encontrar algún "tesoro", recibir o dar un beso de o a la novia por el "tesoro" encontrado (que era otra promesa de disfrute lector), salir de la librería con el libro o los libros en la mano, seguir paseando (ahora abrazados y sonrientes y todavía más felices que antes de entrar) y acababas la tarde en una de las teterías del casco antiguo charlando durante horas y comentando la vida y las promesas que las nuevas lecturas nos iban a deparar.

Leer e idolatrar a estos autores te unía aún más a todos aquellos que también los leían. Creaba un vínculo especial (otro más) con tu novia. Te hacían crecer, notabas la importancia de cultivar tu intelecto, de aprender más cosas no sólo de temáticas extrañas, sino y sobre todo, de la vida viendo el comportamiento de los personajes que se inventaban. Yo era más feliz leyéndolos, por supuesto, y de esto no me cabe ninguna duda.

Luego estaban los veranos y la lejanía con la novia porque ambos nos volvíamos a nuestros respectivos pueblos cuando acababa la universidad. Entonces, usábamos a estos escritores para completar, empezar o rematar esas cartas que nos escribíamos. Sí, éramos novios de los que se escribían cartas. Y dentro de los sobres de esas cartas había también recortes de periódicos que íbamos coleccionando y que compartíamos. Los folios de esas cartas (escritas con tinta y pluma) tenían palabras de amor, pero también fragmentos que habíamos subrayado en las novelas de esos escritores y que transcribíamos para compartirlos con tu pareja. A veces, en mi caso por lo menos, esas palabras de los escritores las hacía mías, igual eran un plagio, pero eran un plagio por amor y eso no debería contar como delito.

Lo que vengo a decir con todo esto es que hay en mi vida lectora determinados autores que uno lee no sólo por pasión hacia ellos y sus libros, sino por una especie de fidelidad que uno no quiere romper nunca. Romperla sería como una doble traición: hacia ellos y hacia nosotros mismos. Y porque, también, hay hilos invisibles (de los que hablaba Carmen Martín Gaite) que, aunque la vida separe a las personas queridas, siguen uniéndote al pasado y a esos amores y sentimientos que compartiste y que se quedan para toda la vida.

Almudena Grandes es parte de mi vida lectora y personal. Ella y otros autores. Les soy fiel, los sigo amando porque sigo recordando todo lo que me hicieron sentir y vivir y/o compartir. Porque forman parte de mi trayectoria, porque hacen bulto hermoso en las lejas de mi biblioteca particular, porque me enseñaron a pensarme de otra manera y me ofrecieron mundos que yo no me habría atrevido a explorar si no fuera porque su compañía y su legado me regalaron la valentía necesaria para dar los saltos siguientes en esto de la supervivencia diaria.

Por todo esto y también por mucho más que uno no sabe expresar como se merecerían estos escritores, hoy es un día importante en casa: llega la última obra, la última novela que dejó escrita Almudena Grandes antes de morir. Y uno coge el libro, lo huele, lo palpa, lo acaricia y lo empieza a leer sintiendo el pasado haciéndose presente, la tristeza emocionándote más de la cuenta porque uno sabe que ya no habrá más libros de esta escritora y una agitación interna (que es suma de muchas vivencias y recuerdos) se apodera de todas tus entrañas. No importa esto: es la propia vida haciéndose protagonista en sus latidos.

Hasta siempre, Almudena, pero de mi casa nunca te has ido. Y aquí sigues. Miro, mientras escribo esto, a la estantería donde están todos tus libros y percibo que tendré que hacer hueco para este último. Ese hueco con el que tú todo lo llenas.

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