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"LOS BESOS EN EL PAN", de Almudena Grandes


“LOS BESOS EN EL PAN”, de Almudena Grandes

PÁGINAS: 327

AÑO: 2015

GÉNERO: novela

 

A las pocas páginas de comenzar a leerla, no puedes evitar concebir esta novela coral bajo la huella de “LA COLMENA”, de Cela: un Madrid presente, sus habitantes y las batallas de estos frente a la vida cotidiana, donde la posguerra (en Cela) y la crisis (en Almudena Grandes) lo impregnan todo. Vista así, la narración  de “LOS BESOS EN EL PAN” parecería que presenta un argumento desolador (bueno: varios argumentos, los de cada vida retratada aquí, y son variadas); y, sin embargo, aquí está la gran diferencia entre Cela y Almudena Grandes: donde allí era todo oscuridad, alienación, miedo, frustración y hasta el arribismo de las patadas traperas para sobrevivir como se podía, ahora en la novela de la escritora madrileña todo se disfraza (con intención) de “buenrollismo” (no en sentido negativo), supervivencia desde el positivismo, las ayudas al otro y esa cosa de “la unión hace la fuerza”, aunque los de arriba sigan llevándose los mejores trozos de un pastel que los de abajo ni siquiera huelen.

Al principio, me descolocó esa visión subterránea que está en toda la novela de “si lo intentas, puedes hasta ser feliz en la mediocridad o pese a esta”. No me la creía. Luego, pasas más páginas y siguen apareciendo otras historias con otros personajes también con las mismas ganas (muchas veces inconscientes) de luchar pese a las asperezas de la puta y dura realidad, y comprendes enseguida las intenciones de Almudena Grandes: los de abajo cuentan y aunque se les dan empujones que los derriban, se siguen levantando. Esa otra España, mayoritaria y que paga los platos rotos siempre (lo que Unamuno llamaba “intrahistoria”), se convierte en la gran protagonista, porque la novela es un inmenso mosaico de los que se despiertan cada mañana para hacer que la vida funcione: el señor del bar de toda la vida, la peluquera del barrio, el jubilado octogenario con miedo a morirse, el chaval que se va al extranjero en busca de oportunidades, la asistenta que le limpia la mierda al enfermo, el médico que lucha porque no le cierren el centro de salud por culpa de las privatizaciones de la Sanidad, la maestra que briega con los padres de esos niños que llegan al cole sin desayuno, el parado crónico, el inmigrante chino que abre un negocio o la abuela que prepara la comida para varias generaciones de su familia cada día con la pensión mediocre con la que subsiste a duras penas. Ellos son la esencia de lo que somos, el sostén real de un país. En ellos está la esperanza, aunque hoy parezca una utopía de gilipollas usar esta palabra casi desaparecida de nuestro diccionario.

Y, de fondo, la realidad de ahora. La de ese hoy que todos soportamos como mejor podemos o sabemos. Quizá, como crítica negativa a esta novela, destacaría el constante deambular de la escritora por la peligrosa línea de la demagogia en algunas de las situaciones descritas; pero Almudena Grandes usa la inteligencia narrativa (de la que tiene mucha y así lo ha demostrado siempre en toda su carrera literaria) para no traspasarla, aunque camine a puntapiés casi todo el rato por ella.

La novela se devora: su estilo limpio y antirretórico y en el que abunda un uso magistral del diálogo directo y creíble (hay maestría en el retrato de personajes a través de lo que dicen), nos muestra una narración repleta de humanidad y comprensión hacia la gente común y corriente. Hay también un muy cuidado estudio (tan cinematográfico) de la vida cotidiana en un barrio madrileño del siglo XXI y, sobre todo, está esa universalidad conseguida a través del mundo ficcional radiografiado: la vida aquí captada muy bien podría ser la de cualquier otro barrio de cualquier otra ciudad de cualquier otro país.

Quizás, hoy más que nunca, sean necesarios autores y libros como estos para que nos recuerden eso que sabemos pero que esquivamos. No todos sabemos o queremos poner consciencia en la realidad y nos dedicamos a sobrevivir con el automático puesto. Que es otra manera (muy digna, por cierto, y que tampoco hay que juzgar) de sobrevivir. Allá cada uno con cada una de sus opciones de vida.

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