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"LOS QUE ESCUCHAN", de Diego Sánchez Aguilar




AÑO: 2023

PÁGINAS: 539

GÉNERO: novela


Cierta literatura contemporánea bebe de los cambios procedentes del contexto humano en el siglo XXI y se ha acoplado y aclimatado a los nuevos escenarios surgidos en la sociedad moderna y lo hace desde el compromiso con la realidad actual, al mismo tiempo que informa sobre ella. Algunos escritores crean novelas de valor sólo testimonial y otros, como es el caso -creo yo- de Sánchez Aguilar, añaden un valor realista espinoso con denuncia incluida, aunque esta denuncia no sea explícita, sino más bien sobrentendida, porque apela a la conciencia del lector, que es quien debe conceptuar y adjetivar lo que las páginas del libro le sugieren. Además, ya lo hizo en su anterior novela (FACTBOOK, EL LIBRO DE LOS HECHOS, Candaya, 2018), el autor murciano se sirve de la distopía para aclimatar las circunstancias. En LOS QUE ESCUCHAN sólo a través de una “Cumbre del Futuro”, la novela de 2018 era toda ella una representación ficticia de una sociedad futura de particularidades negativas y promotoras de la alienación del ser humano.

Es Diego Sánchez Aguilar un autor que radiografía los personajes, los temas, los ambientes… con la intención siempre de revelar no sólo los conflictos emocionales, sino también los sociales o políticos de la realidad más inmediata. Pero no lo hace con reprimendas o rapapolvos, sino desde una profundísima deliberación, en la que preocupación y juicio se dan la mano para mostrarnos de forma inteligentísima la gran enfermedad actual: la ansiedad en y con la que vivimos todos hoy día. Una ansiedad deontológica en la que se ahoga el mundo y los seres humanos dentro de él. Una ansiedad que nos encamina (y vamos a decirlo claro, tal y como lo muestra -y demuestra- la novela) hacia el síncope, la quiebra y el desmoronamiento.

Para hablar de todo eso, el autor utiliza una serie de rasgos (o características o peculiaridades o fisonomías narrativas) que convierten LOS QUE ESCUCHAN en una novela casi cervantina (igual habría que quitar el casi) por lo que tiene de tupido y complicado lienzo narrativo (laberinto a la hora de construir el entramado, nunca a la hora de leerla, conste); pero también nos encontramos una obra muy a lo Don DeLillo por esa forma de captar la perplejidad de la existencia humana en el ahora. Esas fisonomías narrativas se pueden compendiar en los siguientes aspectos:

· Cada uno de los capítulos de la novela es un trozo de vida de los personajes. Se presentan esos trozos a través de escenas que tienen todas (siempre) un leitmotiv que funciona como melodía o idea fundamental y que dota a la prosa de un ritmo calculado y tan audaz como brillante en ejecución lingüística y en la que lo real y lo fantástico crean una especie de clima alucinatorio, como de espejismo ensoñador, pero que jamás se olvida de apegarse a la tierra, a la realidad inmediata, hasta cuando los párrafos se inundan de potencia y nervio poéticos.

· Es una novela ambiciosa, está claro. Y lo es en cuanto que se dedica a hablar de temas variados que fluctúan y se enriquecen entre ellos y que tienen que ver con la familia, el planeta Tierra, el futuro, lo que hace el capitalismo con nosotros, la soledad en plena era tecnológica repleta de redes sociales, las ansiedades siglo XXI, la locura contra nuestra salud mental y…hasta el lenguaje y su in(dis)capacidad para describir lo que realmente sucede detrás de los temas. Todo destila un hondísimo calado social, político, ético (sin moralinas, conste en acta, por favor) que hace brotar entre las páginas una especie de parodia (muy seria, eso sí) sobre desastres y/o cataclismos factibles, ya perpetrados o de inminente ejecución. La novela es una indagación (también una constatación) de cómo el lenguaje capitalista nos engaña (y se miente a sí mismo, paradójicamente) para crear entelequias sobre nuestro bienestar, cuando en realidad lo que hace es alienarnos mientras nos explota en su propio beneficio. Dicho así, hasta parece una macabra comedia. Y sí, el humor (inteligente, paródico, fustigador y hasta delirante) estalla de vez en cuando entre las páginas, dejando un regusto entre sedativo y alentador. Decíamos al principio de este párrafo que LOS QUE ESCUCHAN es una novela ambiciosa. También nos muestra a un escritor suicida que sale victorioso de su apetito narrativo, pues nos ha regalado una novela compleja en la que varios géneros se maridan entre sí para eclosionar en una hermosa reflexión/retrato sobre el hoy y su incapacidad para construir ¿un mañana?

· Los personajes (todos potentísimos) aparecen desnudados en toda su amplitud psicológica: se convierten dentro de las páginas en criaturas factibles, en espejos de cualquiera de nosotros. Y son descritos/expuestos con tal perspicacia e ingenio que no podemos sino admirar ese talento para la observación que gasta Sánchez Aguilar cuando se trata de captar la esencia, el alma doliente y callada de los seres humanos que sobreviven en la realidad actual. Es un retratista virtuoso y tan honesto que lacera, sobre todo gracias a esa capacidad que tiene para catalogar las insatisfacciones del individuo contemporáneo en su más íntima cotidianidad.

Pues eso: LOS QUE ESCUCHAN es una novela importante. Un libro de verdad necesario. No es un tomo más en los estantes de una librería. Se lee con emoción y de manera adictiva (un consejo, que tomé del propio autor: lean los capítulos enteros, no los abandonen para hacer otras cosas a la mitad). Una novela que apela a nuestros compromisos (los que de verdad importan), que destila inteligencia y que no se corta a la hora de transitar por lo íntimo y emocional, sin olvidarse de abrir la narrativa contemporánea hacia retos necesarios e importantes que tienen que ver con lo político, lo social y lo histórico. Hay en Diego Sánchez Aguilar algo que es incuestionable: su literatura es VERDAD, sea cual sea esa verdad, pero al menos él intenta acercarse lo máximo posible a ella y, desde luego, su prosa no miente: es un perfecto ejemplo de la perplejidad que nos oprime ahora mismo. Léanla, por favor, y apúntense a los debates que su lectura suscita. Y piensen que la literatura también sirve (y sobre todo) para desquitarnos de todo aquello que técnicamente nos domina. Leer es, también, un intento de salvación.

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