AÑO: 1991
PÁGINAS: 240
GÉNERO: novela
Lo que logra Philip Roth en este libro es algo prodigioso: convertir en novela virtuosa un relato autobiográfico de una parte de su vida, la que tiene que ver con la enfermedad y posterior muerte de su padre. Lo maravilloso de este libro es la dignidad y la nobleza con la que el autor aborda lo que cuenta y cómo extrae literatura gigantesca de ello. Sensibilidad y magia narrativas por cada párrafo se respira en esta historia, que uno lee emocionado todo el rato. Es un relato impecable, tan bien urdido como escrito: es una filigrana de clarísimo aliento poético y, al mismo tiempo, un profundísimo retrato de un personaje que quizá sea el mejor que ha salido de la pluma de este enorme escritor.
Mientras el narrador (el propio Roth) asiste a la evolución de lo que hace el tumor cerebral en su padre, asistimos también a la radiografía de un hombre normal y corriente visto a través de los ojos del hijo que ha comprendido cuánto se sufre por los seres queridos a los que amas sin condición. Hay detrás de cada línea una especie de acto de discernimiento en el que el escritor-hijo se enfrenta a lo inevitable. Impresiona cómo se describe el miedo y la ansiedad ante el pavor de las experiencias médicas, cómo se representa la tenacidad de un hombre estoico (el padre) por seguir vivo.
Y al final lo que queda es la descripción de una conquista: el de la memoria que queda reflejada como homenaje a un progenitor. Y, en este sentido, la novela se eleva como representación de una asimilación que indigesta, pero al mismo tiempo reconforta. Qué libro más hermoso, qué escritor más imponente.
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