
“RUTH”, de Adriana Riva
AÑO: 2024
PÁGINAS: 157
GÉNERO: novela
Hay poca literatura sobre la vejez. Los personajes de la tercera edad aparecen (casi) siempre como secundarios o como meros comparsas o incluso como figurantes para dar la sensación de verismo y realidad al conjunto. Así que estamos de enhorabuena gracias a esta novelita corta (157 páginas) de una escritora argentina que nos regala un personaje fabuloso: una mujer judía de 82 años, viuda y que no se corta un pelo en soltar por su boca todo lo que siente y piensa. La señora, con sus achaques e impedimentos físicos, afronta la vida sin temor al ridículo (cuánto se gana con la edad a la hora de soltar nuestras represiones y cortedades absurdas, siempre con ese miedo al qué dirán) y sigue siendo (por qué no, qué tendrá que ver su edad) una persona inquieta que necesita y desea cultivarse. Por eso la vemos yendo a la ópera o haciendo un curso de arte por Zoon y comentando constantemente las obras de artistas variados.
Yo nunca me he tropezado un personaje así (con su edad) dentro de una novela. Me ha encantado conocerla y estar un buen rato de lectura con ella, enterándome cual merodeador y comprendiéndola. Me ha gustado, sobre todo, su manera de enfrentarse a la edad que tiene y a cómo mira e interpreta el mundo. Algo que hace, siempre, desde el humor, esa forma de supervivencia que nos regala también desfachatez, una forma de quitar hierro a las cosas serias y un modo de respirar que te concede una vida más fluida. Estar de vuelta de todo, la lleva a hacer comentarios políticamente incorrectos y a no cortarse a la hora de opinar sobre Pessoa, Shakespeare o Fausto. Hay un momento que Ruth le dice algo a su psicólogo y que la define a ella completamente: “Todavía me falta todo por conocer”. Es ahí, en esa inquietud firme suya, donde el personaje muestra una vitalidad que a mí me ha dado mucha envidia. Hasta el punto que he decidido aprender de ella.
Lo mejor de la novela es su tono (estudiadamente) espontáneo; también ese narrar como a salto de mata sin hilo conductor (aunque el hilo está; invisible, pero está) y me ha llamado la atención, sobre todo, su estilo de narración despojada que sirve para mostrarnos a un personaje central que, aunque resulte lacónico casi siempre, parece que nunca comprendemos totalmente y eso lo hace más rico, más auténtico. Ruth acaba mostrándose como una señora políticamente incorrecta y, por tanto, nada embustera o impostora. Una persona a la que yo le cogería un cariño infinito y con la que me gustaría tomarme un té/café de vez en cuando, muchas veces también. Adoro a Ruth personaje, lo reconozco. Y he acabado enamorándome de la novela que le ha dado cobijo a ella, que es un ente ficcional que transpira autenticidad (¿esta mujer de verdad que no existe?) y que es en sí misma un cosmos, un idioma.
En esa apariencia de novela breve he vislumbrado tantos temas que me resulta (muy positivamente) una novela inabarcable, tal es el poso que me deja. Sí, es una novelita sobre la vejez, pero…, a ver, uno se queda corto (mucho) si solo la define así. Porque dentro hay algo subterráneo que pulula por entre todas las páginas y que no es sino una formidable meditación sobre la familia como estructura social. Sí, una meditación que, sin embargo, resulta penetrante y afilada que no deja títere con cabeza. Pero todo narrado desde la sutileza, desde la rozadura o levedad que parece que no impregna y, sin embargo, acaba calándonos del todo porque ahí queda el retrato y la introspección finales al cerrar el libro.
Que la vejez no es un cuento de hadas, lo sabemos. Pero en este libro su autora se encarga también de recordarnos que la vejez tampoco es un cuento de terror. Bravo.
Comments