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"ABRIR PUERTAS Y VENTANAS", de Milagros Mumenthaler (Argentina, 2011)


Comienza la película. Tres hermanas deambulan y conviven en una casa. La cámara, morosa y elegante, las observa casi como de pasada y al mismo tiempo con cierta curiosidad. La sucesión de secuencias (pespunteadas con exquisitez) va a empezar a ocultar más que a contar cosas, aunque veamos a los personajes moverse, relacionarse y mirarse (poco, se miran poco; pero no paran de observarse unos a otros). Entran y salen de la casa, se asoman al exterior a través de ella (de ahí las puertas y ventanas del título), pero la casa es el único espacio en el que se las ve vivir. Vuelven a ella como atrapadas, los personajes sólo parecen tener existencia cuando están dentro de ella. Hay casi pudor en retratar a las hermanas, no obstante, el espectador comienza a invadirlas, a casi tocarlas y olerlas y a percibirlas porque esa cámara que las sigue (en apariencia casi por casualidad) empezamos a ser nosotros.

Sabemos que se les acaba de morir la abuela (única referencia a los adultos). Pero no vamos a saber más cosas. La película no es explícita en el sentido argumental ya que ni siquiera tiene trama narrativa. Y no importa que no la haya: conoceremos los estados de ánimo, el carácter o la manera de convivir de cada una de las tres hermanas. Y lo que vemos se va a ir convirtiendo en un retrato a tres bandas, como un tríptico en el que cada parte necesita de las otras. Y, entre medias, comienzan las batallas femeninas. Las disputas internas y externas de unas chicas que se ahogan en una melancolía (no sabemos de dónde sale, pero sabemos con dolor que la vida es así) que se descarga por todas las esquinas de la casa. Una melancolía que se desnuda como por capas, casi a regañadientes; y, sin embargo, el drama ha estallado sin que apenas nos hayamos dado cuenta: el drama de unas jóvenes alienadas, perdidas y sin rumbos (sólo una de ellas parece tomar decisiones, lo que no significa que sepa lo que hace ni hacia dónde se dirigen sus pasos fuera de la casa). Para este retrato triangular se necesitaban tres actrices. Y qué actrices más asombrosas tiene esta película.

Y mientras todo esto sucede (sin que apenas suceda nada), la casa se va transformando: los árboles del jardín desaparecen, los papeles de las paredes se despegan o los muebles salen al exterior tomando itinerarios hacia otras viviendas. Y todo, absolutamente todo (hasta el joven vecino que aparece intermitentemente y va adquiriendo poco a poco más protagonismo), se convierte en una alegoría sobre lo incierto del futuro. Y qué importancia tiene TODO lo que no vemos. Y es aquí donde yo me acuerdo de Chéjov (bueno, en realidad me acordé de él a los 5 minutos de haber empezado la película, pero no conscientemente), un Chéjov a la argentina, por supuesto. Y hablar de Chéjov es empezar a usar palabras mayores. Pero es que esta película es muy buena y se las merece.

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