“AMOR”, de Juan José Becerra
AÑO: 2024
PÁGINAS: 427
GÉNERO: novela
“AMOR” es, digámoslo de entrada, una novela poliédrica. Entre sus páginas he sentido que estaba leyendo desde una parodia (muy cómica e irónica) de aquel amor cortés que profesaban los trovadores medievales a sus musas, a un tratado que me explica, de una manera zaheridora, incisiva, mordaz y didáctica (entendido lo pedagógico aquí como algo muy libre y subjetivo y hasta parcial,) el amor a través de una relación extraña (pero que no lo es tanto finalmente) de una pareja que necesita que alguien los narre para existir como tal pareja y para constatar el sentimiento indescriptible que se profesan el uno hacia el otro. Puro onanismo egocéntrico y siglo XXI, elevado a la máxima potencia.
Es singular (y juguetona) la estructura narrativa elegida, como también son insólitas las intenciones que ha barajado el autor porque, al final, lo que he entendido es que esta novela es un juego metafictivo en el que las voces narrativas pululan por las páginas de manera libertina, dejando como resultado una narración no lineal (aunque esto es una trampa) que está muy apegada al presente (de ahí que en la novela se incorporen, sin pudor y mucha profusión, el uso de las nuevas tecnologías). Así, el hoy queda inmortalizado como una realidad que es ficción o una ficción que es pura realidad. Lo lúdico, sí, constante en “AMOR”. La literatura como mixtura entre lo tradicional (esa historia de amor central que tiene la novela) y lo posmoderno (la forma y los fondos a la hora de contarla). Pero lo lúdico también aparece de forma constante en cómo nos sitúa esta obra ante los hechos (variados) de una historia que parece y no parece, al mismo tiempo, una trama convencional. La novela de Becerra es el ejemplo (maravilloso) de cómo la literatura se puede permitir que cualquier cosa suceda dentro de ella, porque para eso sus territorios son infinitos y en una narración larga aún más: el autor puede envalentonarse si quiere y no reprimirse en nada porque todo es posible en la ficción. En “AMOR” la libertad narrativa es un consuelo, una bendición que el lector agradece muerto de risa (y de empatía también). Mi conexión ha sido brutal con todo lo que ella me ha propuesto.
Y luego están los personajes. Que aquí son tres y no dos como parece que deber ser en una historia amorosa. Un trío atípico porque uno de los vértices observa y narra (y hasta obedece casi siempre) y los otros dos viven dentro de su propia falacia amorosa. No es que el que narra sea parte de la historia sentimental, pero se (y lo) inmiscuye(n) como voz narrativa que se implica cada vez más, aunque su papel sea exclusivamente el de cámara que lo recoge (casi) todo. Pero es que resulta que el que observa, se empapa. Y, por tanto, le repercute y condiciona. Así, se convierte (y esto es algo inmenso en la novela) en un narrador atípico (mezcla de observador y omnisciencia parcial e imparcial a la vez), una voz que se sale de cualquier convención. Se rompen los estereotipos formularios, pues con él se maneja el recelo, la prevención, la arbitrariedad, la aprensión y hasta la suspicacia o la terquedad en una narración que depende de él mismo, de su propia mirada, pero también de lo que los otros dos vértices le permiten observar, manipulándolo muchas veces a su antojo. Su misión no es fácil: convertir en novela una historia que viven y sienten otros, catequizar una historia amorosa a través de cauces diversos: de canciones, de wasaps, de pláticas, de testimonios, de diarios, de entrevistas o de espejismo inventado. Y de escribirla a través de la alucinación, del dislate, de la ilusión o fantasía de dos seres enamorados que han perdido todo pudor a la hora de mostrar los sentimientos que palpitan en sus prendados (y delirantes) corazones.
Es encomiable cómo Becerra expone al lector un libro que es muchos libros al mismo tiempo. Cómo, también, exhibe una historia en la que lo excesivo (qué historia de amor no lo es y quién no se vuelve tarumba cuando se enamora hasta el tuétano) interpela al lector para incomodarlo y sacarlo de su zona de confort. Y para desnudarlo, claro está. De que hay rendijas o fisuras entre la realidad y la ficción esta novela lo deja muy claro. Y por eso vemos al narrador impregnándose de lo que cuenta y observa: su ficción narrativa le influye, la realidad lo inunda por todos sus resquicios. Fábula y verdad, se hermanan aquí para decirnos que toda escritura tiene sus riesgos, acarrea unos conflictos y conduce a consecuencias.
Y luego está el lenguaje que hay dentro de “AMOR”, que bebe de ese boom hispanoamericano que tantos grandiosos frutos nos regaló, de sus riquezas y sus efectos riquísimos a la hora de la sustantivación (que parece renovada y hasta inventada) y de sus significados en la mezcla con los adjetivos o dentro de frases aparentemente sencillas, de estilo limpio y cristalino. Qué prosa utiliza Becerra, cómo capta las cosas sencillas para convertirlas en universos vastísimos que de la transparencia sacan sutileza, locura y también desconcierto o anarquía semánticas que parecen impensables y en narradores sudamericanos son pura y atronadora (por exuberante y pródiga) Belleza con mayúsculas.
No quiero cerrar esta reseña sin decir algo de los personajes (no mucho, porque lo mejor es entrar en la novela y conocerlos): no del narrador (que también es inmenso), sino de China del Río y Marcial Ledesma, los dos locos prendados. Qué criaturas ha parido Juan José Becerra, inolvidables entes ficticios que quedarán en nuestras retinas ya para siempre. Dos de los personajes más impúdicos que yo me he topado dentro de una novela: no se cortan en ser quienes son y en exagerar lo que son y en vivir sin contemplaciones lo que sienten. Y qué verborreicos, que infinito verbo calzan y expulsan por sus conversaciones. Diálogos que se enmarcan en una oralidad intemperante y desenfrenada y en los que cabe toda la vida, pues en “AMOR” se habla de todo, hasta de canciones de Miguel Bosé (manda huevos). Unos diálogos y una prosa delirantes, jocosos, reflexivos y hasta encolerizados sobre nuestras miserias y entelequias.
Lo dicho, léanla. Es alucinante el ojo que tienen los de Candaya para revelarnos autores o libros fuera de toda simpleza o de cánones repetitivos y modas insufribles o superfluas. O de editar libros emblemáticos e importantes por la calidad que atesoran entre sus páginas. Libros inolvidables.
Posdata: y para no hacer spóiler, no he dicho nada del año 2123 y de ese juego metaficcional entre pasado (que es nuestro hoy) y futuro en el que se enclaustra esta novela. Un futuro en el que el amor ya no existe. ¿Cómo nos mirarán los del mañana a los del hoy?
Habrá que leerla!!!