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“ANATOMÍA DE UNA CAÍDA” (Francia, 2023), de Justine Triet

Actualizado: 15 dic 2023





 

Nace desde su estreno en mayo pasado en Cannes (y además consiguió el premio gordo: la Palma de Oro) como una película inmortal. Hay películas que se convierten desde su primer visionado (en espectadores como yo que, cuando aman una película, la ven muchas más veces) en favoritas de cinéfilos que bucean cada año en las cinematografías del mundo esperando encontrarse, de vez en cuando (muy de vez en cuando) películas como esta, que tratan al espectador de manera inteligente, que apelan al espectador para que este, mientras visiona la cosa, sienta cómo se le remueven los intestinos del intelecto, de la magia, de la realidad, de las verdades como puños, pues “ANATOMÍA DE UNA CAÍDA” es eso: una anatomía de la vida, del ser humano; una anatomía con su parte importante de fisiología porque la obra es toda ella un estudio profundísimo del ser humano como ser ambiguo, cambiante, imprevisible, aterradoramente turbio y enigmático. Y frágil, muy frágiles somos los seres humanos y esta película te lo demuestra en cada secuencia, a cual más soberbia. Y esto a los espectadores entregados nos llega como resiliencia, pues es una obra que nos golpea constantemente, que nos hace experimentar con la ira, el dolor y la pena o con el estrés, la adversidad y el trauma que el magnético y magnífico guion nos cuenta (tanto a nivel físico como psicológico) y de ahí su grandeza como película importante, distinta, pasmosa.

El guion es como un crucigrama emocional que se va desarrollando con una cordura y un tino encomiables para, en realidad, hacer una disección estrujada y hondísima de los meandros más oscuros y recónditos de la pareja. Pero este examen lo hace de un modo extrañamente original (aunque parezca manido en el cine): hay un juicio a la esposa de un marido muerto, que es acusada de la muerte de su esposo en circunstancias que dejan, para la justicia, muchas dudas. Y desde esa duda (que pulula desde el comienzo hasta el final y aún cuando la película se termina) la historia va desmembrándose en temas secundarios de enjundia, todos tocados con mano maestra por una dirección puntillosa y milimétrica y un guion aún más perfecto en eficacias narrativas. Y la cámara parece ese ente antipático que se encarga de recoger todos los desgarros que hay dentro de una convivencia matrimonial (y ya sabemos, si hay hijos de por medio, cómo toda la mierda salpica a quien menos se lo merece).

No lo parece en forma, pero sí en fondo: es retorcida hasta decir basta esta película. Y ese retorcimiento (disfrazado de film judicial) es parte de toda esa insinuación repleta de indirectas que la cámara nos muestra sin usar los panfletos jamás, porque su directora usa su talento (en abundancia lo tiene) para sugerir, mientras hace nadar a su película en tergiversaciones o enigmas y en un pesimismo que va anegándolo todo poco a poco, como una tortuga displicente, fría y tan mecánica como peculiar. Así, Justine Triet logra una obra reflexiva, que nos obliga a ensimismarnos y a pensar en quiénes somos de verdad por dentro.

Mención aparte merece su actriz protagonista: la siempre estratosférica Sandra Hüller. Qué personajazo le regalan y cómo ella lo reviste con la piel de las miradas, los silencios y las ambigüedades. Un trabajo de esos que se recordarán toda la vida y que ella parece que lo hace casi sin mover las pestañas y, qué va, en todos y cada uno de sus gestos hay una estudiadísima profundidad (que la pantalla vuelve naturalidad fría, pero naturalidad interpretativa).

Sí, una gran película a la que sólo le pongo un pero para ser redonda (aunque poco me importa esto, la verdad): su duración quizá (y sólo quizá) es un poquito excesiva. En este sentido, “ANATOMÍA DE UNA CAÍDA” es un perfecto ejemplo de algo sintomático en el cine actual, que parece regodearse en metrajes que se eternizan innecesariamente. Aunque, por esta vez, a esta se lo perdono: Justine Triet me ha regalado una película que brilla, que vibra, que me remueve, que me hace sentir inteligente, que me retuerce la cabeza hasta el punto de incomodarme. Y a todo esto yo lo llamo: MAGIA.

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