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"BARRIO LEJANO", de Jiro Taniguchi



PÁGINAS: 404

AÑO: 1998

GÉNERO: novela gráfica


Que a los seres humanos nos obsesiona el tiempo está claro. De hecho, nos hemos inventado varios tópicos utilizados hasta la saciedad en el campo literario para hablar de este tema. Tópicos como el de tempus fugit o el de carpe diem están en esta novela gráfica (obra maestra absoluta, lo digo esto desde el principio) que, además, juega con otro tópico: el de vita somnium (la vida como sueño), pues esta obra tiene un carácter onírico (y metafórico) de la vida humana entendida como un sueño irreal o una ficción extraña y pasajera, que es lo que parece que le sucede a Hiroshi, el protagonista de “BARRIO LEJANO”.

No es la primera vez que una novela o una película juegan con este argumento: un hombre maduro, por unas extrañas circunstancias, se ve transportado de pronto al pasado y, como si tuviera una segunda oportunidad, quiere (más bien desea) modificar el pasado para soportar mejor el presente. Si lo consigue o no, es lo de menos en la obra de Taniguchi. Aquí, el autor hace algo maravilloso y es mirar la infancia (aquí primera adolescencia, pues Hiroshi vuelve a sus 14 años), esa época de incertidumbre e ingenuidad, con un tono de candor y sencillez sublimes, que es lo que más me entusiasma del artista: su forma de mirar es sin dicotomías entre buenos y malos. Él pone la contemplación en los deseos truncados que todos alguna vez hemos tenido y en las emociones y sentimientos que más nos acercan a los que amamos o hemos amado alguna vez. De esta manera, en “BARRIO LEJANO” no hay responsables o causantes o condenados por los actos cometidos, sino que nos encontramos enfoques, ángulos o visiones personales. Y en esto, la novela gráfica se hace enorme en sencilla y humana inteligencia a borbotones.

El dibujo trazado en líneas negras con fondos blancos es sencillo, esto no quita que haya profundidad en lo que se narra. Taniguchi es un maestro en emocionar mucho con poco diseño. En cada viñeta se narra el mundo y esto se percibe no sólo en los detalles, sino, y sobre todo, en la profundidad que le da a cada trazado, espacio u objeto humilde que aparecen en los cuadros. El autor se convierte en un entomólogo de la memoria y construye en esta obra una alegoría profunda y maravillosa sobre la aquiescencia y la madurez inevitable que conlleva todo crecimiento. Cada capítulo de esta historia va sumando biografía a base de desembarazar (en un retrato preciso y hermosamente humano) instantes (casi) banales de nuestras vidas, que completan explicaciones sobre nuestros estados emocionales, sobre todo de esos que nos han instalado (quizá) en un estado de (soportable, ciertamente) frustración. Los personajes memorables de esta novela (hijo, padre, esa mujer que muere sola en un hospital…) almacenan pérdidas y decisiones que los han llevado a preguntarse qué habría sucedido si esas pérdidas y decisiones hubiesen sido otras. Porque la vida es eso: aleatorio vaivén, terca extrañeza, perseverante rutina y, siempre, incansable incertidumbre. Y Jiro Taniguchi es un maestro de maestros en lo de captar todo eso.

Estoy alucinando con este descubrimiento reciente. Segunda obra suya que me leo y estoy absolutamente rendido al talento de este artista. Ya tengo pedidas cinco obras más para seguir indagando en el mundo ficcional suyo.

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