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"BELFAST" (Reino Unido, 2021), de Kenneth Branagh





Es una de esas películas bonitas. Bonitas, bonitas. De verdad que esta lo es. Es bonita por dentro, con una fotografía nostálgica en blanco y negro espectacular, con un diseño de producción cuidado, con un elenco actoral que está espléndido, con planos y escenas precisas y preciosas. Tiene esa cosa bonita de la nostalgia, de recuperar unos recuerdos pasados por el filtro del tiempo y de la imaginación. Branagh retrocede a su infancia y nos regala un pedazo de vida si no feliz, algo muy cerca de ello; mientras la otra parte, la de la realidad violenta y también desdichada, maltrecha o lamentable aparece dibujada como sombra de la otra, al acecho siempre de estropearla, de mancharla y castigarla.

El director ha querido mimar muchos detalles, ha apostado por la amabilidad y por el fogonazo emocional, pero el problema es que a esos fogonazos se le ven mucho las costuras manipulativas y, por tanto, la mentira enlatada amenaza siempre al conjunto y la película se va tornando poco a poco en colador sensiblero, en algunos casos empalagoso y un pelín cursi. O dicho de otra manera: busca manipular con descaro al espectador y, de paso, crea una distancia insalvable entre lo que podría haber sido y lo que ha acabado siendo. Es decir, todo lo que es bonito (que lo es, insisto) no es sino esquematismo narrativo y mucha convencionalidad y el guion (escrito también por Branagh) se olvida de lo que le habría dado a esta película lo que le falta para haber sido memorable: contaminar la belleza plasmada ahondando en las escorias políticas que se vislumbran detrás de lo que se ve. Esa pelea violenta y creciente entre protestantes y católicos, entre separatistas y unionistas de la Irlanda de los años 60 del siglo XX aparece demasiado diluida, como excesivamente esquematizada. Las tensiones en las que se ve envuelta la familia que protagoniza la película aparecen retratadas como muy genéricas, demasiado universales y no crean empatía suficiente con el espectador, que acaba viendo la belleza como imágenes demasiado frías.

Branagh ha querido hacer su “LOS CUATROCIENTOS GOLPES”, su “AMARCORD” y su “ROMA” particular. Vale, consigue una versión tan bonita como desnatada y, finalmente, liviana que estará como finalista, sin duda alguna, en muchos premios gordos este año. Y vuelvo a repetirlo, pese a los peros que le pongo: es una película bonita, bonita, bonita. La mejor que ha realizado este director en muuuuucho tiempo.



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