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"BUENOS DÍAS", de Yasujiro Ozu


(Japón, 1959)


Si uno quiere y se presta al juego que ofrece el lenguaje cinematográfico de Ozu, el gozo que puede experimentarse es inmenso, pues el director japonés (artista de la exactitud y de lo riguroso) es un autor misterioso, distinto e irrepetible. Su cine, artesanía de la depuración, exige paciencia y tiempo pues se convierte en la demostración de que el arte es más inteligente cuando propone más de lo que expresa.

Su obra es una callada y discreta manifestación de algo que para la gran historia es inevitable: el tiempo liquida y sustituye lo de siempre por lo nuevo. Y, en este sentido, el cineasta japonés es el perfecto fotógrafo (testimonial) del tránsito fugaz de lo tradicional hacia los nuevos modelos sociales que en Japón se van imponiendo por el inevitable devenir del tiempo. Para dar muestra de ello, su cámara se detiene de manera contemplativa y hasta de forma un tanto desconcertante, y eso que nunca pretendió crear un estilo transgresor o revolucionario. Aunque es muy cierto que instauró una escritura cinematográfica única e inimitable.

En “BUENOS DÍAS” la excusa para hablar de lo de siempre en Ozu es la televisión: un aparato que a finales de los años cincuenta comienza a invadir las casas de los japoneses alterando su orden doméstico. Este subterfugio temático, mínimo y casi pueril, es la callada sombra que le permite, de nuevo, analizar el microcosmos al que reduce el barrio de vecinos que protagoniza esta entrañable y divertidísima película. Y una vez encontrado el pretexto temático, comienza el bordado artesanal, la construcción de una pieza de arte irrepetible y atemporal.

Hay en la película que nos ocupa ingenio en la plasmación de la vida cotidiana de unas familias que en Ozu se convierten en retrato de lo universal. A modo de viñetas, se nos ofrecen pinceladas costumbristas que se repiten a lo largo de todo el metraje. Y la estructura circular del film juega con unos rituales técnicos marca de la casa: la cámara se coloca a la altura del tatami, los interiores de las casas se abren a la curiosidad del espectador y los encuadres se transforman en redundantes. Todo para atrapar a los personajes en un tiempo cíclico y alienante: la vida que se renueva (pero que se repite también) es un constante retrato de la insignificancia. Aparentemente. Pues con Ozu siempre se debe ir más allá de lo que contemplamos.

El director japonés no solía rodar comedias. “BUENOS DÍAS” lo es. Una comedia nipona al estilo Ozu. Ahí es nada y se dice pronto. Aunque en el fondo, es un film disfrazado de drama ligero con pequeños gags convertidos en homenaje al cine mudo, pues por la película asoman una serie de bromas visuales protagonizadas por unos niños-actores entrañables e inolvidables. La sombra del genial Tati deambula por todas partes y la ironía sutil e inteligente de Ozu hacen que cohabiten al mismo tiempo la pantomima (divertidísimas las secuencias de la huelga de silencio de los niños), el lenguaje coloquial y hasta el inglés que intentan aprender los pequeños de la casa. En definitiva, el lenguaje como incomunicación, pero también como milagro de lo polifacético.

Yasujiro Ozu fue, y sigue siéndolo, el gran poeta de la imagen cotidiana. Su obra es la depuración de un estilo que supo extraer de la realidad más inmediata una belleza sincera y transparente. Y, sin embargo, tras cada nuevo visionado de cualquiera de sus películas, uno descubre a un cineasta múltiple que fue capaz de inventar un cine absolutamente personal.

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