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"CALLE MAYOR", de Juan Antonio Bardem


(España, 1956)


Hoy nadie lo duda: “Calle Mayor” es una de las mejores películas de la historia del cine español. Y lo es por méritos propios. La película se gestó en una época en la que no era fácil hacer cine en España, no sólo debido a que la industria era prácticamente inexistente, sino también porque la censura se encargaba de dictar una serie de normas o de impedir que ciertas cosas se rodaran. Pero el joven Bardem (por aquel entonces tenía poco más de treinta años) tenía un gran talento cinematográfico (demostrado ya en sus anteriores films, sobre todo en “Muerte de un ciclista”), y sus ganas podían con todo.

Escogió una anécdota argumental de una pieza teatral de Carlos Arniches (“La señorita de Trevélez”) para escribir un guion que suelta alquitrán por todas partes, sacándose de la chistera un espeluznante retrato crítico de la burguesía castellana de provincias. Y, de paso, una de las películas más lúcidas y tristes de nuestra cinematografía. Algunos se dieron cuenta e intentaron boicotear el estreno de la película, pero un truco de productor avispado e inteligente consiguió que aquellos no se salieran con la suya. La película se lanzó como coproducción con Francia y pudo estrenarse con enorme éxito en el Festival de Venecia, donde estuvo a punto de llevarse el máximo galardón. La película era importante y la crítica así se lo reconocía.

La ciudad de provincias y los hastiados habitantes que Bardem describe en “Calle Mayor” no están muy lejos de ese cine neorrealista italiano que por aquellas fechas estimulaba el panorama cinematográfico europeo. Un neorrealismo que en el director español se convierte en cine comprometido, cine que atesora verdad y que se disfraza para dictaminar un ajuste de cuentas a los años de posguerra y a un país que no es capaz de desprenderse de las miserias mentales de sus gentes. La cámara de Bardem no deja de lanzar dardos: sus ataques se atreven con todo, ya sea de forma explícita o implícita. El ambiente opresor de la religión, la vacuidad del ser humano, el inmovilismo de la sociedad, las contradicciones, la culpa, los miedos, etc., etc., permiten al director hablar bien alto de los silencios y de las aceptaciones consentidas de un mundo que se ahoga entre las oscuras aguas de la dictadura.

Calle Mayor” tiene tanta verdad dentro que es una película fresca y accesible en cualquier época. Hoy, más de cincuenta años después de su sonado estreno, sigue impactando de la misma manera. Y, entre otras razones, eso quizás se deba a sus dos grandes personajes protagonistas (Isabel y Juan), perfectamente dibujados y con los que el espectador se identifica porque los entiende y los justifica, aunque vea en ellos fantasmas de sus propias miserias. La marginación y la soledad de Isabel (personaje tan universal como entrañable), o el problema de conciencia de Juan, son vías inevitables con las que se enfrenta el ser humano en muchos momentos. En este sentido, Isabel y Juan se convierten (entre las perspicaces manos de Bardem) en dos personajes intemporales. A ello ayudan dos intérpretes bien distintos pero cabalmente complementarios: un José Suárez ajustadísimo y espléndido y, sobre todo, una descomunal Betsy Blair que, por sí sola, consigue que la película sea entera ella: la actriz americana borda con maestría el papel de una mujer de ayer (y que aún pervive hoy, por desgracia), a caballo entre la doña Rosita lorquiana y la señorita de Trevélez, de Arniches: mujeres todas a las que se les imbuyeron los valores de los sacrificios y de los sufrimientos, mujeres todas a las que se les asignó una muerte en vida que debían aceptar con conformismo y obediencia ciegas. Irrepetible e inmejorable esa escena final donde las lágrimas internas de Isabel se expresan externamente a través de la lluvia en la calle. Si el cine es imagen, “Calle Mayor” es puro cine.

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