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"CIEN AÑOS DE SOLEDAD", de Gabriel García Márquez


Año: 1967

Páginas: 399

Género: novela


Hace 25 años que la leí por primera vez. En aquel entonces quedé deslumbrado por la galería impresionante de personajes, por una novela coral donde cada figura tenía su propia identidad y su señera personalidad (aunque apareciera en un solo párrafo ese personaje y ya no se le viera más). También me sorprendió (y alucinó, claro está) lo bien engarzadas que estaban todas las criaturas que iban apareciendo y algo a lo que no supe ponerle nombre: ese Macondo como micromundo universal de la existencia humana en la Tierra.

Durante todos estos años mi lectura no se me fue de la cabeza. Cada vez que oía el nombre de García Márquez o me leía un libro suyo (creo que me quedan dos o tres solamente) “CIEN AÑOS DE SOLEDAD” brotaba en mis emociones lectoras y me recordaba aquella emocionante y espléndida lectura veinteañera. Lo de obra maestra siempre lo sentí como algo indudable, pero a mí me gusta más siempre lo de obra única, irrepetible, inmejorable e inimitable. Y esta es una de esas pocas que nos ha regalado la literatura universal.

Su estructura no lineal con continuos flashbacks y flashforwards tan genialmente hilvanados y colocados dentro de la ordenación principal, esa fusión (tan estudiada y catalogada) entre fantasía y realidad (realismo mágico en todo su esplendor), las siete generaciones de personajes que repiten nombres, cada uno con su propia idiosincrasia particular y al mismo tiempo repitiendo lo que se juzga como una maldición y el gran tema (LA SOLEDAD) empapando cada poro y esquina o resquicio de esta novela, hacen de esta obra el prodigio que hoy nadie osa rebatir o impugnar. Sumemos el mensaje subliminal que subyace desde el principio: cómo los avances tecnológicos son capaces de destruir un mundo templado y pacífico.

Se ha dicho ya todo de ella, por eso no intento buscar una definición diferente u opinión contrapuesta y señera. Me limito a confirmar lo que ya se sabe y todos hemos disfrutado. Como por ejemplo, el uso del tono y del ritmo tan especiales. O el narrador “pasivo” heterodiegético y omnisciente que aquí añade una objetividad fantasmagórica, pese a conocer todos los hechos desde que comienza a narrar. O el uso torrencial de algunas figuras literarias como el oxímoron (esas ponderaciones con palabras ostentosas), el símil, las frases sentenciosas (o epifonemas), o las sinestesias metafóricas de purísimo calado lírico y mágico. O la parte autobiográfica que se trasluce de la infancia del autor. O el uso del tiempo: lineal, cíclico y mítico o eterno al mismo tiempo, pero con la sensación de que un eterno retorno parece reiterarse (valga la redundancia) que otorga, sin que parezca contradictorio, un estatismo muy particular e íntimo a la historia y que alcanza, además, una especie de sensación de círculo vicioso en el que viven atrapados y alienados todos los personajes. O esa inagotable oralidad narrativa, maravilloso homenaje a la literatura primera y desaparecida. Es, en definitiva, un logro técnico inconmensurable y una joya para cualquier profesor de literatura que quiera explicar el género narrativo.

Siempre lo digo: uno se ha construido y se ha preparado y entrenado y entregado o ha buceado toda su vida como lector para, de vez en cuando, encontrarse JOYAS IMPRESCINDIBLES como esta.


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