“STOPPED ON TRACK” (Alemania, 2011), de Andreas Dresen
A un hombre normal y corriente, con mujer y dos hijos, le detectan un cáncer terminal. Esto lo sabemos en el minuto dos de la película. A partir de ahí, como si fuera un documental objetivo y nada ahorrativo en detalles, el espectador (creo que no todo el mundo podrá soportarla) asiste a la radiografía del proceso degenerativo (a veces insoportable) del hombre enfermo.
Lo mejor de este puñetazo estomacal en el que se convierte la película es que Andreas Dresen no intenta, en ningún momento, engañarnos con la falsedad impuesta que estilísticamente tiene el género melodrama. Y todo queda en un imperioso análisis, tan sobrio como directo, sobre una verdad que la vida a veces les tiene preparada a algunas personas.
Y emociona, claro. En cada minuto del metraje. Sobre todo, cuando asistimos al derribe íntimo del hombre y, por supuesto, de su familia (que afronta como puede una situación injusta e incomprensible).
Película valiente: no hay ni una sola trampa dentro de ella.
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“MANIFIESTO” (Australia, 2015), de Julian Rosefeldt
He quedado fascinado ante este cruce de ensayo fílmico y escritura visual “performática” (no sé si se escribe así) y muy teatral. La maravillosa Cate Blanchett (qué buena es esta actriz, de lo mejor que sucede en el cine de ahora mismo) da vida a 12 personajes que vocalizan palabras importantes que han soltado grandes artistas del siglo XX.
Con una belleza plástica y visual impresionante, la cosa ésta (me da cosa llamarla película) se convierte en una inteligentísima reflexión sobre el ARTE en general y su validez o los roles que desempeña en la actualidad. Y, como todo arte, es una pieza (la cosa ésta) discutible y controvertida que da mucho juego.
Me lo he pasado genial. Ver a la Blanchett siempre es estimulante, aquí multiplicada encima. Y ver belleza en planos y secuencias exquisitas ha supuesto un deleite absoluto para mis ojos ávidos y voraces.
Lo dicho: estoy fascinado. Ha sido como entrar a un museo modernísimo (pero en casa, en pijama y bata mientras fuera caen gotas tímidas de lluvia) y pasar por doce salas con vídeoinstalaciones disfrutando de todas y cada una de ellas sin que nadie te moleste alrededor.
Posdata: un crimen no verla en V.O.
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“YO NO SOY MADAME BOVARY” (China, 2016), de Feng Xiaogang
Pese a sus dos horas y 19 minutos, con largas secuencias casi tediosas (no es cine para cualquier tipo de paladar y muchas escenas, por repetitivas, sobran), pese a la estética adoptada por el director para contarnos la historia (no comprendo ese formato de pantalla en negro y un círculo en medio donde suceden las imágenes, porque la aparente originalidad me parece más bien un ejercicio de pedantismo estético gigantesco)…pese a todo eso, no he podido apartar la mirada ni dejarla a medias. ¿Por qué? Porque en el fondo la historia me interesa (muchísimo) y el personaje femenino central es de una fascinación y complejidad enormes. Y, a partir de la mitad, todo se vuelve mucho más interesante, incluido el batacazo final.
Narrada con un sentido del humor muy oriental, la historia es el tremendo drama de una mujer vapuleada por un sistema judicial chino rocambolesco y una sociedad patriarcal donde las mujeres tienen muy poco o nada que decir. Pero la protagonista se empeña, se empeña y se empeña. Y tiene sus motivos. Y ahí surge la tragedia de una mujer que batalla contra la burocracia obsoleta para alcanzar su dignidad.
Concha de Oro a la Mejor Película y Premio a la mejor actriz en el Festival de San Sebastián de 2016. Le sobran esos minutos de los que hablo más arriba y un título español que despista bastante sobre la trama que luego nos cuenta la película.
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“LA PROFESORA” (Eslovaquia, 2016), de Jan Hrebejk.
Menos mal que no todos los profesores somos así, pero haberlos los hay.
Narrada en dos tiempos que se solapan y mezclan sin estorbarse (el presente de la película que visualiza la reunión de padres; y el del pasado antes de ese presente donde la profesora ha cometido todos los actos de los que se la acusa), la película es un retrato tremendo de la Checoslovaquia del final del comunismo allá por los años ochenta. Pero el drama que se cuenta lo intuimos los espectadores, porque el tono adoptado por el guion es la comedia negra, irónica y hasta esperpéntica y tapa ese drama que, por supuesto, subyace detrás de todo lo filmado.
El personaje de la profesora es inmejorable como metáfora del mal, pero hablamos del mal cotidiano (no lo escribo en mayúsculas), ése que se da en pequeñas escalas y que, por tanto, pasa más desapercibido pero hace aún más daño: representa la sociedad putrefacta, corrompida, depravada y tan pervertida bajo la máscara de un ser indefenso, aparentemente inocente pero que en realidad es un depredador. Y este personaje (interpretado por una soberbia e inmejorable actriz) es, con diferencia, lo mejor de una película divertida, lúcida y con chispazos de inteligencia cada cinco minutos.
Da miedo esa profesora, sí. Pero el mismo miedo me dan esos padres que se enfrentan unos a otros en la reunión para la que han sido convocados. Padres tan viciados, degradados o podridos como la profesora. Y así, claro, el retrato humano que muestra la película es universal: se puede dar en cualquier época y en cualquier sociedad. Y, en este sentido, la película goza de una vigencia que da mucho miedo y pone nuestras cabezas a meditar. Que falta nos hace.
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