"TOKYO GODFATHERS" (Japón, 2003), de Satoshi Kon
De entrada, descoloca que una película de dibujos animados tenga como protagonistas a un travestido, un borracho y una niña casi parricida fugada de casa. Y descoloca por razones contundentes. Aunque la película transcurra en navidad (concretamente en Nochebuena) y sea de dibujos animados, nunca se ha estado más lejos de las convenciones de cualquier película Disney. El anime japonés, con Satoshi Kon a la cabeza, rompe las fronteras de la animación y revoluciona sus coordenadas más tradicionales. Tokyo Godfathers es, en este sentido, una película singular, cine fuera de cánones y desarraigado de antiguos esquemas genéricos (aunque sea temáticamente, y no es una paradoja, la película más convencional de su director).
El relato fusiona la aventura de tres personajes extraños que están (y se sienten) vivos pese a las circunstancias que atraviesan y que les han llevado a sobrevivir en el día a día de la indigencia. Cada uno por su lado arrastra un pasado que se irá desvelando dentro de la película a lo largo de un proceso sumativo de pequeños momentos, que dan como resultado una justificación de su presente, pero, también, ofrecen (y el espectador participa al sumar todos los instantes de cada uno de los tres protagonistas) una visión plena de esa vida que les ha llevado a estar juntos, a reconocerse sin conocerse. Los tres se complementan dentro de la triangular familia postiza, de vértices divergentes, que llegan a formar.
El guion de Satoshi Kon (coescrito con Keiko Nobumoto, sobre una idea original del primero) presenta una infinidad de sorpresas para sus personajes (y, por ende, para el espectador). Lo absurdo y lo irreal cobran un hermoso protagonismo en el deambular del trío protagonista y se fusionan con un Tokyo que aparece dibujado (nunca mejor dicho) sucio, rastrero, oscuro y muy lejos del macrocosmos hiperdesarrollado al que estamos acostumbrados. El submundo de la ciudad, como espacio simbólico y a la vez real, es un personaje protagonista más. El duro ambiente social por el que se mueve la historia da a la película un tono crítico y, en ocasiones, casi documental.
Tokyo Godfathers es técnicamente perfecta: el nivel de las pinceladas que rebuscan realidad en los detalles de los fondos y los planos en 3D se integran de forma impresionante. El diseño de los personajes es natural (aunque las expresiones, justificadamente, tiren hacia los rasgos exagerados o cómicos) y original al mismo tiempo. La estética del color muestra una brillante puesta en escena que no solo no desentona con lo que se cuenta, sino que es parte de un mecanismo que parece vivo y real. Las mutaciones de lo cotidiano a lo mágico o de lo dramático a lo cómico aparecen delimitadas con una técnica de animación muy definida y con una fotografía espectacularmente atinada.
Satoshi Kon extrae de su relato una diáfana fábula que mezcla (a lo Frank Capra) comedia y drama, y de ella surge una extraordinaria valentía por parte de su creador pues la película juega arriesgadamente (sobre todo en su parte final) con el exceso sin caer nunca en la exageración. Sus envolturas convencionales (sensibilidad y ternura) son cascadas de imaginación que enganchan al espectador. El milagro de esta película no sólo es el milagro navideño que su argumento muestra, sino también su encanto indefinible: hay en ella un guion atiborrado de habilidad, pretensión y competencia (que pese a los convencionalismos, conmueve y divierte, engancha y emociona). Y al sumar todo, surge el talento con el que la película está pensada y construida.
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