Admiro y me ganan los artistas que no se cortan en mostrar las emociones y en bucear en ellas y, además, persiguen que los espectadores las sintamos mezclándolas con las mochilas de emociones propias que soportamos para crear retumbos y resonancias con la obra que nos regalan.
Es imposible no empantanarse y caer agitado con lo que la pantalla me regala mientras contemplo (en mi caso, admirado) esta película dolorosa y repleta de emociones agónicas y, al mismo tiempo, tan de la vida, tan de la realidad que nos toca tantas veces soportar. La magia aquí surge por muchas partes y por muchas causas, una de ellas es la delicadeza con la que se presenta el drama que atraviesa un chaval, cuya vida corriente, de pronto, es agujereada por un zarpazo inesperado e injusto. Ese desgarrón se muestra con sutileza, con una elegancia limpia de trucos farsantes y nos ofrece un estudio delicadísimo de un ser humano inocente al que, en un instante, le llega un tsunami de cargo de conciencia que no sabe (por escasa experiencia dada su edad tan temprana) cómo combatir y que, por si fuera poco, no entiende y le queda demasiado grande.
Una única frase, que es una pregunta al protagonista, pronunciada por una zagala con ingenuidad (o quizá no y sí hay malicia o prejuicio educacional, todo podría ser, aunque lo que importa es que ha sido pronunciada en voz alta), puede trastocar la vida de dos personas inocentes y, hasta ese momento, libres y felices. La película muestra esa escena como de pasada (aunque está estudiadísima dada su importancia), pero ahí queda su sombra clavada en la mente del joven que la escucha y en ese momento comienza otra película bien diferente a lo mostrado hasta ahora. Los espectadores tampoco olvidaremos esa secuencia, que va a carcomer todas las vidas de los personajes y retumbará a partir de entonces en todo lo que el guion nos seguirá mostrando. Desde ahí, varios temas estallan (bullyng, homofobia, amistad, vacío existencial, pérdida, soledad, la inocencia extraviada…), todos temas capitales, universales, importantes en nuestras vidas. Pero el director ha sido capaz de encontrar un tono intimista, nada hinchado o hueco, no hay discurso con estridencias ni con elocuencia demagógica; hay aquí una modestia narrativa maravillosa, repleta de sensibilidad, decencia y dignidad a borbotones, como tocado todo con un minimalismo asombroso y delicadísimo. Es una radiografía de la intimidad que rezuma ternura en el sufrimiento de su personaje y que retrata, al mismo tiempo, cómo nos ocultamos en las cotidianidades. La cámara lo capta todo gracias a un trabajo de dirección soberbio, Dhont se muestra por segunda vez (“GIRL”, su opera prima, fue una película más que notable) como un director habilidoso, casi etéreo, y nos regala escenas (muchas en esta película) equilibradas, insinuantes, atiborradas de una sensibilidad interior que desborda al espectador para llevarlo a la lágrima sincera.
Y luego está el trabajo de todos los actores, especialmente el de su protagonista. Hay aquí ese deslumbramiento que se recuerda en trabajos actorales inaugurales como el de “LOS CUATROCIENTOS GOLPES” (de hecho, hay en “CLOSE” una escena final que nos acerca al jovencísimo Antoine Doinel cuando nos mira a los espectadores al final de la película de Truffaut) o el de “EL ESPÍRITU DE LA COLMENA”, que nos regalaron maravillosos rostros infantiles eternos, inmensos semblantes que eran de por sí pura e inolvidable magia cinematográfica. Pues aquí tenemos otro rostro que quedará en nuestras retinas para siempre.
He leído críticas que hablan de película plañidera o calculada y manipulativamente sentimental. No estoy nada de acuerdo con estas apreciaciones. Pero nada de nada de nada. “CLOSE” es cine grande, inmenso, una película modesta en ejecución y rica en resultados finales. Que emocione es consecuencia directa de narrar con una hipersensibilidad incuestionable, mientras bucea con inmensa honestidad en los desgarros que la vida nos hace de manera injusta, sobre todo cuando la inocencia es lastimada de forma tan cruel. Crecer es esto, muchas veces sólo esto. Por desgracia. Pero películas como ésta, nos congratulan con la vida porque nos vacían los lacrimales y nos desatan los nudos internos. En definitiva, nos recuerdan que el arte y la realidad cuando se parecen o imitan el uno a la otra, acaban regalándonos verdad y conciencia. Y a mí esto me hace amar todavía más el cine. Porque yo busco y rebusco y me trago cientos de películas queriendo encontrarme una como ésta de vez en cuando.
CALIFICACIÓN: 9,5
Es un peliculón. Impresionante.