Desde el minuto uno, esta película juega con el espectador medio. Conoce a este espectador en profundidad y se dedica a darle todo lo que este le pide, sobre todo una cosa esencial: le regala algo fundamental que necesita el ser humano y que no es sino tener la conciencia tranquila. Y el espectador medio ve esta película porque sabe que verla lo reconcilia con el mundo y le hace sentirse comprometido con las buenas acciones, con una causa. Y en este mundo que ha creado el siglo XXI, si no te adhieres a una causa (a varias) no eres una buena persona y eres un paria desequilibrado y poco compasivo o nada sensible.
A este espectador le importa un bledo (perdido en ese ego que tiene reconcentrado en la buena causa que está realizando al ver la película y en los nobles y loables sentimientos que le inspiran verla) que la película que está contemplando sea tan predecible, tan plana, tan cómoda y ligera. Es cómoda porque este espectador medio incluso pronostica y adivina lo que va a ocurrir en todas y cada una de las escenas y sabe que la cosa no va a acabar mal, sino todo lo contrario. Porque esta película es una montaña de clichés y cada cliché confirma esa falta de ideas de un guion que, para confirmar su escasez imaginativa, se basa en otro de una película francesa reciente. Por tanto, cero inventiva, cero originalidad, cero particularidad, cero imaginación.
La película hace trampa. Una trampa que mucho espectador medio no ve, claro. Hace trampa todo el rato, en cada escena. Su existencia, nos viene a decir la propia película, es una acusación, una confidencia, sobre el rechazo que sufren las vidas desgraciadas de unas personas discapacitadas (a estas alturas uno ya no sabe si esta palabra es un insulto e incorrecta políticamente o hasta ambas cosas a la vez). Y esas acusaciones (solapadas, por supuesto) surgen desde un terreno universal, sin aspavientos, sin profundidad, sin hincar el diente donde de verdad duele y se necesita para que las imputaciones sean realmente efectivas, sinceras y hagan mella o grieta en las conciencias y sirvan para cambiar algo. Esta película no logra nada que no sea disimulo y artificio, tal es su catarata de escenas convencionales, artificiosas y protocolarias. Cine deshonesto, cine impúdico disfrazado (o ese cree) de moralidad, conciencia e integridad.
Es una película menor, un telefilme repleto de personajes buenos y de sobredosis de buenrollismo y amabilidad (algo que no es malo si detrás se le pone arte, algo de alma, algo de destreza). “CODA” es cine complaciente, servicial, cine engañador. ¿Que esto le gusta al espectador medio? Pues vale, lo respeto. Pero yo, cuando entro en un cine, quiero magia, esa magia que nace de la verdad de la vida y de la gente que sabe retratarla sin manipularme con mentiras; prefiero al artista que me manipula (o me remueve y conmueve) para envenenarme el alma desde posiciones o aspectos poliédricos del ser humano. En definitiva, a mí el cine que me gusta es aquel que me obsequia con poesía e inquietud.
Y esta película es justo TODO LO CONTRARIO.
Comments