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"CON FALDAS Y A LO LOCO"



(EE.UU., 1959), de Billy Wilder


El maestro Billy Wilder nos brinda en “Con faldas y a lo loco” uno de sus monumentos, una cumbre cinematográfica. La perfección absoluta de esta envolvente película (que por todos sus rincones de exquisito celuloide destila regocijo, agitación y magia encantadora y sublime) atrapa al espectador desde el principio, ya que es dueña de esas agujas que saben coser con exquisito oficio un bordado perfecto de caudalosas ocurrencias. El ensamblado guion de esta obra de arte de la narrativa se convierte para siempre en pura y simple Literatura. No es casualidad que su autor sea considerado como el mejor guionista de la historia del cine.

En su momento fue una película casi maldita: los productores la consideraban demasiado larga para ser una comedia, el público de un pase privado la rechazó, varios comités de censura no dieron su aprobación y en el rodaje Marilyn Monroe se encargó de desquiciar a todo el equipo. Pero nada de eso impidió que “Con faldas y a lo loco” se convirtiera en una de las comedias más redondas y famosas de la historia del séptimo arte. Y esto ocurrió por muchas causas y porque se dio la combinación de varios talentos: un guion perfecto, una dirección brillante y unos excelentes comediantes (entre los que sobresale Marilyn Monroe, que aquí irradia ya el primer gran fulgor sobre la construcción de su mito).

Nada es lo que parece en este filme implacable y lúcido. Hay en él un juego de contrastes que encajan muy bien con el modelo genérico al que se vincula: la Comedia con mayúsculas. Pero caben dentro, también, otras articulaciones que se acoplan en un mecanismo perfectamente manipulado y que enriquece ese juego que su director nos propone. La manipulación llega a través de la parodia y, en este sentido, “Con faldas y a lo loco” se convierte en un rico homenaje, con sabor afectivo y sarcástico, al cine de gánsteres y al musical. Wilder regala al espectador una formidable oferta de tres por uno imposible de rechazar.

Los personajes del filme (entrañables y cercanos los protagonistas, marca de la casa Wilder) se mueven entre un juego de contrastes que será uno de los principios orquestales de “Con faldas y a lo loco”, algo, por otro lado, muy asiduo en el cine cómico. El juego entre el fingimiento y la realidad va a ser el que conciba los contextos humorísticos. Y a partir de ellos entra el toque maestro de Billy Wilder: la comedia le sirve al director para escarbar en la sociedad norteamericana y sacar las máscaras que ésta se pone. Así, se construye el edificio de una gran caricatura magníficamente pintada por uno de los más mordaces y lúcidos cineastas.

Nos reímos, sí. Y mucho. Y nos reímos pese a que por la pantalla desfilan gentes en situaciones límite, alcohólicos, ladrones, travestidos, asesinos, mafiosos, insatisfechos. Y nos reímos porque Wilder sabe tratar como nadie a estos parias, porque sabe transfigurar la desgracia humana y la miseria moral en alegría estética y gusto artístico. Un Wilder en el Olimpo de los grandes, de los elegidos.

Con faldas y a lo loco” no sería lo que es sin sus tres grandes protagonistas. Tres actores que interpretan soberbiamente seis personajes entrañables, originales y desternillantes. La gracia, el encanto y la capacidad hipnotizadora que muestran para la comedia Marilyn, Curtis y Lemmon se convierten aquí en carne de celuloide vivo, en cine de poderío alquímico y fuerza imperecedera. En cine de siempre y para siempre. Tres hermosos cómicos para una gran comedia.

Y todo esto ocurre pese a que “nadie es perfecto”.

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