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"CRÍA CUERVOS"



(España, 1976)


Esta hermosa y fascinante película de Carlos Saura contiene dentro de sus imágenes un entramado de cine sinuoso, indirecto; cine de intuición, de sutileza: ese gran cine que es capaz de narrar furtivamente cuando la censura acecha por todas partes. La maquinación argumental (dadas las circunstancias políticas de 1975, año de producción de la película) parte de unos aprietos a los que Saura plantó cara y eso le permitió crear un film repleto de detalles simbólicos y de singularidades expresivas, lo que algún crítico ha denominado certeramente cine invisible (el cine que va a lo no evidente y que deja en las retinas del espectador muchas más cosas de las que ha podido ver en la pantalla). El talento de Saura, percibido en cada una de las secuencias de Cría cuervos, se convierte aquí en arte: no sólo desde el punto de vista formal, sino también (y sobre todo) porque su aptitud se pone al servicio de un cine que se envuelve en lo enigmático, lo recóndito y lo alegórico (a duras penas la censura pudo leer los mensajes supuestamente ofensivos), pero que, a la vez, presenta una gran fuerza elocuente y un gran poder de comunicación.

Todo se ve en esta película a través de los ojos de una niña (¡Y qué ojos los de Ana Torrent! Su presencia absoluta y magnética arranca a las imágenes hondura psicológica, misterio, inquietud y esa cosa mágica que se produce cuando la belleza emociona y no se puede explicar por qué): el personaje funciona a través de la realidad que ha frecuentado desde sus inocentes nueve años, una realidad que puede ser de mentira y en la que los niños actúan como adultos y los adultos parecen comportarse como niños. El guion de Carlos Saura juega a maniobrar con los espectadores, juega a manipular, juega a engañar, y lo que parece fantasía se descubre realidad y lo real se torna ficticio. Los límites entre la infancia y el mundo adulto están en este film en medio de las fronteras de la inocencia, una inocencia secuestrada por las imposiciones de lo cotidiano (es ahí donde lo simbólico y lo surrealista toman protagonismo y donde Saura hace su crítica más encubierta: en España se viven tiempos terribles y la realidad que algunos quieren imponer se convierte en la fantasía que a otros no les queda más remedio que vivir).

Cría Cuervos es cine comprometido y su compromiso se revela a través de las coordenadas de un cuento simbólico (a mitad de camino entre el cuento de terror y el cuento mágico) que se puede ramificar en diversas interpretaciones o lecturas. Hay en esta película una de las miradas más ajustadas y tristes sobre la desestructuración familiar, sobre la caída de la burguesía o sobre la fuerza de los recuerdos. Pero hay, también, una desmitificación de la infancia, una metáfora socio-política y una exaltación del pasado como tiempo idílico que se desea recuperar. Algunos de sus semblantes convencionales (inocencia y ternura conmovedoras) podrían pasar por cine insignificante, pero la película presenta chorros de sutileza (la secuencia final, el juego del escondite, la abuela en silla de ruedas escuchando a Imperio Argentina –y sólo mencionamos tres ejemplos–) que se engarzan en un todo para constituir un dispositivo vivo e hilvanado con maestría.

El resultado de todo eso es una película redonda, de gran pujanza alegórica y de asombrosa belleza formal. Cine del que emanan diversos ciclones narrativos contados con una apasionante sencillez. Es, además, cine libre que inunda la pantalla de talento. Saura se muestra dueño de su oficio (es ya un cineasta con voz propia: aquí firma su primer guion en solitario) y nos premia con una película grande en sus delicadezas, soberbia en sus logros y apasionante en los caminos que abrió para el cine español allá por mitad de los años setenta.

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