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CUATRO LECTURAS PLACENTERAS


TÍTULO: “HÔZUKI, LA LIBRERÍA DE MITSUKO”

Autora: Aki Shimazaki

Páginas: 138

Publicación: 2015 (en España: mayo de 2017)

Género: novela


Novelita corta de aparente sencillez que se devora, además, en una sentada. Con un estilo fluido, de frases cortas, directas y sin retoricismos que entorpezcan el continuo suceder de los hechos narrados, la historia va ganando puntos a medida que avanzamos en su lectura. ¿Por qué?

No es nada del otro mundo, ninguna joya descubierta por mi parte: y, sin embargo, tiene personajes curiosos (sobre todo, la protagonista librera, tan ambigua como adorable en su doble vida) y unos temas tratados con delicadeza y con pinceladas certeras que no pretenden profundizar, sino hacer reflexionar al lector. Y a mí me ha gustado que me haya hecho cavilar sobre los amores que hubieran sido posibles y los errores probables en los que caemos todos; también me ha sorprendido que las tradiciones japonesas estén presentadas con ingenio, sin reflexiones ni consejos; o que los personajes femeninos tengan profundidad en esas vidas solitarias donde prima la dignidad porque son mujeres enteras (con sus mochilas a cuestas -¿quién no arrastra una?-) y luchadoras. También, la novela se atreve a describir las diferencias sociales con precisión y sin que casi que te des cuenta, además de hablar con naturalidad de la diversidad y de la integración en un mundo, el de hoy, donde esto último es tan necesario.

Y, al final, cierras el libro con un regusto muy agradable: has leído una novela donde la palabra y el lenguaje (lo que decimos y lo que callamos) terminan siendo los verdaderos protagonistas.


TÍTULO: “LA ASCENDENCIA”

AUTOR: Alexandre Postel

AÑO: 2015

PÁGINAS: 145

GÉNERO: novela


El estilo de esta novela es llano y hasta templado, de tono oral. No es una prosa de alambicadas ambiciones en el sentido estilístico. Y, sin embargo, todo lo que fluye dentro perturba, molesta y desconcierta (en el buen sentido) al lector atento y capaz de entrar en la historia. Su protagonista (que yo bautizaría como un descendiente del Mersault de “EL EXTRANJERO” de Camus, solo que aquí se confiesa a un psiquiatra y trabaja en una tienda de móviles. Todo muy siglo XXI.) entra en un bucle de circunstancias que no sólo lo describen internamente, sino que lo convierten en perfecta metáfora de la sinrazón en la que convivimos ahora sin que nada ni nadie seamos capaces de evitar esta caída en picado de la sociedad putrefacta que nos protagoniza. La ironía (fabricada con dosis de un humor a veces muy negro) que empapa las situaciones de gran parte de esta corta novela acaba por convertirlo todo en una tragedia (ridícula, pero tragedia: una decisión desacertada te lleva a otra y a otra y a otra).

El protagonista es un personaje de vida anodina. Lo vamos a conocer (así como a su padre -personaje ausente pero que desencadena todo-) a través de lo que cuenta (muchas veces a la manera de Proust: los flashbacks aportan información relevante de ambos personajes) y de lo que hace. Y el lector se pregunta en todo momento si el narrador es honesto con lo que narra. Esa estructura particular, nada rebuscada, aporta un suspense que crece y engancha. Un suspense que da a la trama un balanceo de concepciones y subtextos que conforman una novela corta redonda, curiosa y bien edificada.


Título: “PERDÓN”

Autora: Ida Hegazi Høyer

Páginas: 256

Publicación: 2014 (en España: 2017)

Género: novela


Si aguantamos las primeras 60 páginas, seremos capaces de leer una novela demoledora. El tono de esas primeras páginas (necesario para contar el comienzo de la relación especial que aquí se cuenta) podría asustar a un lector curtido, e incluso obligarlo a no seguir leyendo. “PERDÓN” es una novela a la que hay que darle constantemente una oportunidad (y, firmemente, te devuelve con creces tu paciencia).

Es una historia que asfixia, que te atrapa en su manera opresiva de contar y, sobre todo, en las cosas que cuenta. Es una novela valiente porque continuamente bordea los filos del exceso y, en muchas ocasiones, esa manera de bordearlos puede hacerle perder credibilidad a la historia. Pero nunca traspasa esos bordes la escritora, que maneja los hilos internos de la narración con sabiduría y teniendo muy claras cuáles son sus argumentaciones: el amor duele, la realidad y la ficción de un amor nunca escamotean lo terribles que podemos llegar a ser cuando somos animales heridos. Y la violencia, sí, también es una parte inevitable del amor, de algunos amores.

La escritora, joven pero curtida y genial narradora, no hurta a su verdad narrativa los males del mundo ¿civilizado? en el que estamos enfrascados. Los personajes de su novela son producto de este mundo de ahora donde priman en las relaciones la destrucción, la anulación o la manera draculina de absorber al otro hasta someterlo por completo. Así de egoístas somos, cada vez más enfermos de un egotismo tan insano como destructivo. Y hay seres que aman así, y hay seres que se dejan manipular así. Por eso, la novela es un frágil y espeluznante (al mismo tiempo) espejo de las relaciones de hoy. Esas relaciones que, al final, te han llenado de rencor en dos direcciones: rencor al otro, y rencor hacia ti mismo por haberte dejado embaucar.

Ganadora del Premio de Literatura de la Unión Europea, presenta a una autora (noruega) de talento enorme (y en ciernes: se le vaticina un prometedor futuro) que describe la vida cotidiana (en sus lados más oscuros) de una pareja con altas dosis de realismo que se sumerge en el absurdo y hasta en lo onírico para retratar, finalmente, una dolorosa verdad: estamos enfermos de mentiras que creemos verdades. O dicho de otra manera: nos ahogamos en un mar sórdido donde la violencia (sea del tipo que sea, pero violencia) nos ha cegado de tal manera que ya ni siquiera somos capaces de dilucidar quién es el que tiene que pedir perdón. Porque la culpa, claro, siempre la tienen los otros. Y así nos va.


TÍTULO: “AGUA SALADA”

AUTORA: Jessica Andrews

AÑO: 2019

PÁGINAS: 327

GÉNERO: novela


Impactante debut literario de una autora que promete regalarnos a los lectores futuras obras maravillosas. Con un estilo único, diferente, apabullante en sus formas y lirismo a mansalva, Jessica Andrews nos llega con una voz que atrapa lo inefable, lo que se oculta detrás de nuestras emociones y sensaciones y que la palabra no puede aferrar y, sin embargo, ella lo hace con una maestría que a veces duele, otras emociona y, siempre, perturba.

La novela habla en primera persona de las relaciones entre madres e hijas, de los afectos, de lo complicado que es florecer desde tus raíces o salirte de ellas para iniciar otra vida posible, de lo arduo y hasta embarazoso que es poner palabras a todas esas maneras que nos salen desde dentro cuando amamos o lo intentamos al menos. Pero, sobre todo, esta obra es una educación sentimental extraña, como desterrada de lo que la literatura acostumbra. Muy en los tonos de Plath o Edna O´Brien, pero no copiándolas, sino asimilándolas y dándoles un aire fresco y diferente.

Con una estructura extraña, pero envolvente todo el rato, basada en fragmentos cortos, casi secuencias sueltas a manera de pieza de puzle que suman cuando los encajas como lector y con una frescura avasalladora en un lenguaje que no se parece a nada ni a nadie, la novela te la bebes mientras subrayas renglones como versos inciertos, abracadabrantes y hasta extraños en sus sutilezas ingeniosas o en sus profundidades hirientes.

Ejemplos:

“Los nombres de mis antepasados anclan la casita al suelo como con amarras”.

“Soy hablante fluida del idioma de tu cuerpo”.

“Hay un vídeo casero de mi bautizo. La casa está llena de luz y de versiones sin arrugar de la gente a la que he terminado queriendo”.

“He estado pensando en el idioma como un lenguaje donde poner tus sentimientos”.

“Me cuesta dormir en la casita. Creo que es porque no tengo mucha gente con la que hablar, de manera que los pensamientos se me quedan atrapados bajo la piel como ampollas. No tienen adónde ir, así que vagan por mi cuerpo mientras estoy aquí tumbada en la cama y rozan con mis bordes”.

“Todo son cerrojos echados y horas frente a espejos”.

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