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CUATRO MUY BUENAS PELÍCULAS



“EL PUENTE DE LOS ESPÍAS” (USA, 2015), de Steven Spìelberg

 

Que Spielberg es uno de los grandes, nadie lo duda. Que es un director que puede hacer lo que le dé la gana (y de hecho lo hace), tampoco nadie lo pone en duda. Hasta en sus más grandes fiascos (y tiene unos cuantos –pocos-, pero existen) hay escenas maravillosas, resueltas con una magia que sólo él sabe manejar. Su mundo visual, su manera de planificar una secuencia, su cámara colocada en el ángulo perfecto y su narración cinematográfica son dignos de análisis porque es un maestro (un “monstruo” del cine) y un referente fundamental.

Aquí, en el “EL PUENTE DE LOS ESPÍAS” vuelve a regalarnos una película digna. En algunos momentos, muy digna. Le sobran algunos minutos (a Spielberg esto casi siempre le pasa), pero retorna a contarnos algo con fuerza, con sabiduría en muchos instantes, con profundidad histórica y crítica en otros. No llega a la magnificencia de “MUNICH” (aquella joya maravillosa) y su final (tan americano, pero esto a mí en él ya no me molesta, es su siempre particular made in Spielberg) es otra vuelta de tuerca sobre cómo ofrecer exactamente lo que al espectador le va a encantar. Este director es “el rey Midas”, no lo olvidemos.

Pese a que podría haber sido más corta, pese a ese final “cuadriculado”, pese a ese personaje heroico (made in América) que encarna el siempre sobrio Tom Hanks, la película tiene dentro varias maravillas: el personaje del espía ruso (colosal); la secuencia del ataque al avión (técnicamente espectacular); y esos planos tétricos, tristes, vergonzantes de aquellos días en los que se construía el Muro de Berlín (que te hielan la mirada y te encogen el corazón).

Sigo echando en falta (creo que es el gran hándicap en casi todo el cine de Spielberg, su punto más negro y que hace cojear incluso a sus grandes obras maestras) un personaje femenino de entidad, una muestra digna de una mujer como ser humano más allá de esa postura de florero como madre supermadre a la americana que es lo que suele aparecer en el cine de este “monstruo” del celuloide.

Señor Spielberg, usted siga haciendo cine. Mi fidelidad hacia sus películas está a prueba de toda bomba. Siempre logra que yo me lo pase bien. Siempre. Y hasta (en muchísimas ocasiones) me hace disfrutar frente a la gran pantalla.

 

 

 

“CALL ME BY YOUR NAME” (Italia, 2017), de Luca Guadagnino

 

Estamos de enhorabuena los que amamos el cine. Esto es una película notable. Luca Guadagnino ha parido una película (otra, y ya lleva unas cuantas) sutil, inteligente, exquisita, plagada de belleza en todos sus detalles y que está escrita por un James Ivory brillante como adaptador, colosal en el uso de la escritura fílmica que sabe captar y plasmar lo mejor de una novela no tan buena como la película (Ivory ha sabido leer de forma culta entre líneas y ha elevado la palabra escrita a un estrato superior en su versión cinematográfica). Ambos, director y guionista, forman un tándem que enamora desde el minuto uno.

Pocas veces (existen esas pocas veces, por supuesto) el cine ha hablado tan claro, tan sensual y abiertamente sobre la vulnerabilidad del primer amor en la adolescencia. O sobre los mecanismos del deseo (entendidos como lo que de verdad son: el revoloteo o las turbiedades de las tripas cuando el ser humano experimenta por vez primera el amor o cuando el ser humano siente un deseo inconveniente pero invencible).

En la película están todos los clichés manidos y posibles sobre unos temas como estos. Pero nunca se convierten en compartimentos estancos porque el guion y la dirección apuestan por un tono que sublima lo archiconocido, lo que tantas veces el cine nos ha repetido exactamente de la misma manera. Aquí el tono apuesta por la verdad, por no escatimar realidad a la verdad. Y, lo más importante, el tono apuesta por no enjuiciar a los personajes y el espectador inteligente se siente robustecido y reconfortado. Además de EMOCIONADO.

Hay, también, un tratamiento intelectualizado de todo sin que asome jamás la pedantería. Así, por ejemplo, en la película viven en perfecta armonía las cuatro aspiraciones que tenía el ser humano en el Renacimiento: el “locus amoenus” (la casa y los alrededores), el “beatus ille” (los personajes viven retirados del mundanal ruido), el “tempus fugit” y el “carpe diem” (clave para entender esto la escena final entre padre e hijo -de las secuencias más hermosas que yo he visto en mucho tiempo en el cine-). Añadamos la profesión del padre del protagonista o la voracidad lectora del adolescente. Y sólo cito algunos ejemplos: la película está plagada de referencias literarias que, lejos de estorbar, engrandecen todo el conjunto.

Y, finalmente, están los actores. Todos. Pero especialmente, claro, Timothée Chalamet y Armie Hammer (uno desde la frescura y el otro desde la contención y la sobriedad, respectivamente). Saltan chispas cuando están juntos. Y se merecían todos los premios de ese año. Así como la película: HERMOSA Y TRANSPARENTE.

 

 

“LADY BIRD” (USA, 2017), de Greta Gerwig

 

La actriz, también guionista, y ahora directora ella sola Greta Gerwig es todo un género cinematográfico en sí misma. Los papeles que ha interpretado y las películas en las que ha intervenido así me lo parecen. La ves a ella en pantalla y sabes más o menos qué tipo de personaje va a interpretar y qué película vas a ver. Y esto es un piropo, conste. Pocos artistas pueden tener la virtud de representar y personificar en sí mismos todo un género (el género Gerwig, por supuesto).

En “LADY BIRD” ha dado en la diana desde el minuto uno. Toda la película es una auténtica fuerza de sensibilidad, en la que el humor en situaciones dramáticas tiene y toma voz propia. Un retrato (¿autobiográfico?) magnífico, divertido, esperpéntico en ocasiones, y lleno de ironía (que desborda de inteligencia la pantalla) sobre la adolescencia. Certera en lo que cuenta, puntillosa en cómo lo cuenta, termina siendo una obra hermosísima (con carcajadas aseguradas varias veces a lo largo del metraje -y muy atentos a los diálogos, que no tienen desperdicio-) a la que se le notan el tono indie, el bajo presupuesto (que ya se encarga la Gerwig de convertirlo en un hallazgo y no en un hándicap) y una frescura narrativa que termina siendo lo mejor de toda la función, porque el guion es una maquinaria milagrosa que retrata el mundo femenino con convicción y donde los personajes (la adolescente protagonista, su madre -qué pedazo de personaje- o la mejor amiga) desbordan la pantalla. Hay mucho, muchísimo corazón dentro de los 90 minutos que dura la función.

Para redondearla, hacían falta actrices cómplices. Y aquí dentro hay dos trabajos descomunales de la siempre brillante Saoirse Ronan y la espléndida Laurie Metcalf. El resto del reparto tampoco desmerece.

 

 

“ROMA” (México, 2018), de Alfonso Cuarón

 

No hay argumento o no lo hay en el sentido tradicional. No hay una trama que enganche o que atrape al espectador que busca una narración que le sugiera que el héroe parte de un sitio y llega a otro tras variadas vicisitudes. Nada hay en ella que determine el rumbo de una historia. Y, sin embargo, "ROMA" es, de lejos, la mejor película que he visto en 2018. ¿Por qué? Porque en ella, como pocas veces ocurre en el arte, está atrapada la vida. Es un trabajo de dirección PORTENTOSO, de una potencia exquisita en la capacidad de sugerencia que hay en cada escena, en cada resquicio de la pantalla en el que pongas el ojo. El lenguaje visual es de una hermosura emotiva brutal que, al mismo tiempo que deslumbra, atrapa, sugiere, conmociona y emociona con la sutilidad que da el revestimiento con el que Cuarón lo perfuma todo: un homenaje a sus recuerdos y, en ellos, muy especialmente, un regalo de veneración absoluta hacia una mujer concreta.

Esto es poesía pura. Poesía en fotogramas. Poesía que atrapa emociones y sentimientos. Cine en su más bendita esencia: transparentar aquello que nos envuelve cuando respiramos al abrir los ojos cada mañana desde que nacemos. No pretende más que eso, esa es su llana y más simple ambición: ser esencia, una huella humilde. Y, por ello mismo, ya es una película INMORTAL.

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