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CUATRO MUY BUENAS PELÍCULAS ESPAÑOLAS


“LA ENFERMEDAD DEL DOMINGO” (España, 2018), de Ramón Salazar


Uf. Qué película. Uf. Uf.

Duelo estratosférico entre dos actrices para una película que las necesitaba. Todo es pertinente, nada de lo que vemos y oímos sobra y todo está al servicio de contar lo que quiere contar. De ritmo moroso y hasta contemplativo, parece no suceder nada y está sucediendo todo. Guion modélico en cuanto al trabajo de los detalles, historia sostenida por cada movimiento que hace el director con la cámara. Es un trabajo de dirección arriesgado que termina siendo un tour de force delicado, elegante y tremendamente fino.

Para retratar el vacío existencial (disfrazado de drama familiar) se necesitaba todo lo que he dicho anteriormente. Es una película que no todo el mundo va a soportar porque pocas veces alguien se atreve a bucear en los pozos de la tristeza como se hace aquí. Y, pese a todo, es catártica, hermosa, insólita y valiente. Si la cuentas parecerá exagerada, si la ves todo adquiere un delicadísimo sentido de lo auténtico y tan verosímil que escuece, duele y quema.

Bárbara Lennie y Susi Sánchez, como en aquellos duelos de rostros y presencias en el cine de Bergman o como en las películas construidas para el lucimiento de las grandes estrellas del Hollywood dorado, lo dan todo y construyen ambas dos de las interpretaciones más eminentes y delicadas del cine español de todos los tiempos.


“NO SÉ DECIR ADIÓS” (España, 2017), de Lino Escalera


Una opera prima impresionante. Un director que sabe lo que quiere contar y, sobre todo, cómo quiere contarlo. Y le sale una obra sobre cuestiones difíciles (la muerte, la insatisfacción, la soledad y las adicciones) en la que la contundencia dramática viene dada por la contención y los silencios, porque es una película que calla más de lo que dice para terminar siendo un grito a voces sobre nuestros tormentos internos.

Directa, sin concesiones a ningún tipo de cursilería, la historia se va desgranando con la contundencia de una cámara que taladra al espectador a base de puñetazos que, sin embargo, se coreografían con un pudor loable, tan sincero como austero, tan creíble como dolorosamente punzante. Pero el espectador puede respirar de vez en cuando: hay toques sutiles de humor que insuflan aire y todo resulta más digestivo.

Y, encima, hay tres actorazos detrás sosteniendo todo. Soberbios como siempre Juan Diego y Lola Dueñas. Pero lo que aquí hace Nathalie Poza es tan estratosférico que pone los pelos de punta: emociona, conmociona y revuelve. Qué ganas tenía de que le dieran un papel así. Llevo años siguiéndola y deseando que alguien se diera cuenta del inmenso talento de una actriz de raza, como pocas hay ahora mismo en el cine español. Su Goya a la Mejor Actriz era suyo y solo suyo ese año. Y así se lo han reconocido.

Posdata: y me emociona mucho percibir también en otros que no saber decir adiós es tan lícito como legítimo. Y películas como ésta hablan con valentía de ello.

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“MAGICAL GIRL” (España, 2014), de Carlos Vermut


Tres personajes para tres historias que terminan siendo una.

Por ella pululan los fantasmas de Buñuel, las huellas del Carlos Saura de los setenta y hasta me atrevería a decir que algo de aquella irreverencia esperpéntica de “EL EXTRAÑO VIAJE”, de Fernán-Gómez (salvando las distancias, por supuesto).

Cuánta inteligencia hay en este guión. Cómo lo más oscuro está presente sin que lo veamos, y aún así parece que lo estás viendo todo el rato. El personaje de Bárbara Lennie es de los más perturbadores que ha dado nunca el cine español.

Inquietante, traviesa (se decanta por jugar como si de un puzle de pocas piezas se tratara), oscura, perspicaz, seca y tan fría como la parte oculta de un iceberg. No apta para todo tipo de espectadores. Creo sinceramente que no hay término medio con ella: o entras en su juego y alucinas; o te la tragas escupiéndole con los ojos. Yo, literalmente, he sido hipnotizado para los restos.

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“LA NOVIA”, (España, 2015), de Paula Ortiz


Ver esta apabullante película es comprobar una vez más que el mundo lorquiano del escritor granadino es universal y que tiene múltiples lecturas e interpretaciones que no se agotan. La versión que nos ofrece la directora Paula Ortiz es una apuesta visceralmente bella, donde cada plano y cada secuencia consiguen una plasticidad, un color y unas texturas visuales dignas de metaforizar con imaginación desbordante todo aquel mundo simbólico que García Lorca propuso en su “BODAS DE SANGRE”.

T odo en ella (vestuario, fotografía, espacios escénicos, movimientos de la cámara…) hipnotiza y atrapa al espectador, y ese todo, además, aparece sin que el texto original (obra maestra de la literatura dramática y poética) deje de tener un uso protagónico absoluto. Nada está al azar en esta película. Incluso la espectacular banda sonora de Shigeru Umebayashi (cómo me gusta a mí este compositor) logra comprender a García Lorca y es otro elemento imprescindible para radiografiar ese letal triángulo amoroso.

Una historia así, necesitaba grandes intérpretes: las actrices (todas), lo bordan (con una inmensa Inma Cuesta a la cabeza, cuya cámara la adora) y están por encima de todos los roles masculinos, que aquí (único “pero” que se me ocurre a esta obra) no son más que meros apéndices demasiado planos y esquemáticos.

No quiero terminar mi reseña sin obviar el montaje, otro logro magnífico de esta propuesta cinematográfica: la estructura de la película te deja, en muchas ocasiones, sin respiro.

Estoy seguro de que García Lorca estaría entusiasmado con esta versión.

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