AÑO: 2020
PÁGINAS: 199
GÉNERO: novela
“Yo la entendía. O, al menos, lo intentaba”
Conmovedora y emocionante novela que trata, sobre todo, de nuestra insuficiencia para comprender el mundo y, de paso, a nosotros mismos (que quizás son la misma cosa) y esa insuficiencia la convertimos en una necesidad de conocimiento, de justificación, de búsquedas de los porqués.
La narradora tiene una amiga con cáncer terminal y ella ha decidido aceptar la petición de ésta y la va a cuidar en sus últimos días. Aquí tenemos la premisa de la que parte la escritora para, en realidad, hablarnos de la ternura, de la importancia de saber escuchar y comprender lo que es enigmático en los demás (y, por ende, en nosotros mismos). La novela juega a intentar atrapar lo inasible, lo que no alcanzamos y, sin embargo, aceptamos: “El sentido de la vida es que se detiene”, dijo Kafka. Pero no se queda ahí esta narración: las páginas recogen (con parsimonia descriptiva y una prosa profundísima en significados, pero de lenguaje cercano y asequible) temas que se multiplican y que, sin embargo, se pueden resumir en uno: no queremos envejecer solos porque envejecer y morir nos da miedo (y lo tapamos ese miedo con palabras que disfrazan la realidad). No obstante, ¿las palabras son capaces de exponer, explicar y manifestar cómo es la vida, cómo somos nosotros? La conclusión está clara: el lenguaje es insuficiente.
El personaje narrador femenino es, además, ese ser humano al que Platón (se le atribuye a él esta idea) le pedía que fuera amable con los demás, pues cada persona con la que te cruzas está librando su propia batalla. Ella lucha durante toda la novela contra las contradicciones y, sobre todo, contra sí misma: acepta ayudar al prójimo, pero no puede evitar sentir miedo ante lo que sucede y lo que vendrá después. Durante la novela asistimos a diferentes historias (de carácter cotidiano) que la narradora recoge sobre personas que se le han cruzado en su vida y que ella ha observado siempre con esa ternura de la que carecemos y que tan necesaria es en los tiempos que corren. Quizá esto (y la relación entre ambas amigas) sea lo que más me ha emocionado en una novela repleta de reflexiones, de indagaciones sobre todo eso que llevamos a cuestas mientras sobrevivimos. En algunos momentos, la novela se acerca al ensayo (y de ahí las múltiples referencias a pensadores, escritores, al arte o al cine, la música y el periodismo), pero nunca deja de ser una narración en permanente disquisición sobre la pérdida, la amistad o el amor (aquí entendidos como la misma cosa, creo yo). En el fondo, esta novela es un intensísimo cóctel que viene a decirnos que nuestro consuelo está siempre en la amistad y en el arte, que sólo ellos nos pueden salvar de la oscuridad y de los miedos.
Destaco en esta (mi) primera (y no será la última) inmersión en la obra de Sigrid Nunez a una autora que sabe hablar de manera natural y franca sobre cosas que nos atañen (a mí sí me importan estos temas), usando una prosa repleta de agudeza, ironía o humor, sin dejar nunca de ser profundamente reflexiva. Lo que en otros sería pedantería, en ella es poso cultural, perspicacia y calidez literarias. Su bagaje cultural al servicio de una historia que nunca deja de ser pura ternura, pura empatía hacia el prójimo. Esta lectura ha llegado a mí con esa fuerza que tienen algunos libros que luego se te incrustan para siempre. Desde ya, amo de este libro la voz íntima con la que se nos cuenta todo y su inteligente alejamiento de la solemnidad en un tema tan crudo y delicado como es el de la eutanasia. Pero, sobre todo, amo de esta novela su lindo equilibrio a la hora de tratar temas insondables o sibilinos, mientras nos entrega y concede otra posibilidad de transitar por el mundo y de aceptar la muerte.
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