“DISTINTAS FORMAS DE MIRAR EL AGUA”, de Julio Llamazares
AÑO: 2015
PÁGINAS: 200
GÉNERO: novela
¿Diecisiete monólogos de diecisiete personajes distintos conforman una novela? Sí, cuando hay algo que los une. En este caso, la muerte de un familiar. Los diecisiete personajes asisten al esparcimiento de las cenizas de un hombre que ha pedido volver de esa manera al lugar que tuvo que abandonar por imperativo legal y del que jamás quiso irse. Los monólogos, escritos con una prosa clara, directa y que describen a la perfección el carácter de cada uno de los personajes (aquí la pincelada o el toque Llamazares brilla como nos tiene acostumbrados), sirven al escritor para hablar de temas habituales en su literatura. La emoción y los sentimientos a flor de piel se agitan por todos ellos y ese intercambio intergeneracional nos va llevando, a medida que leemos, hacia lo que el autor leonés se ha propuesto (aunque por la estructura elegida –nada nueva, pero da igual– no pareciera que nos iba a llevar donde nos lleva finalmente): reflexionar sobre el desarraigo, la memoria y/o el olvido, la nostalgia y el paso del tiempo con EL SER HUMANO como marioneta de una reconciliación que no sabemos si puede ser posible. Porque notamos, con un fuerte nudo estomacal que nos incomoda varias veces (nos sentimos identificados inevitablemente), que hay un dolor irremediable y es que “nada duele tanto como un lugar al que no puedes volver, salvo desde el recuerdo o una vez muerto”.
La España profunda que desaparece frente a la España que reniega inconscientemente de sus ancestros y tradiciones o la deshumanización que provoca la inexistencia de una ética social y comprometida con los desfavorecidos, se esparcen como sombras por cada una de las páginas de una novela comprometida en revalorizar (para criticarla) esa mala costumbre nuestra de blasfemar contra nuestro pasado.
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