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  • salva-robles

DOS COMEDIAS DELICIOSAS a lo Woody Allen y nouvelle vague


“FRANCES HA” (EE.UU., 2012), de Noah Baumbach


MADURAR ES INEVITABLE


Primeros diez/doce minutos: ¿qué estoy viendo?

Setenta minutos restantes: ¡Oh, lo que he visto!


¿Cómo alguien insufrible, petardo, imbécil, metepatas, inoportuno, infantil …y hasta ridículo puede llegar a caerte bien? No digo bien, digo: ¿INMENSAMENTE GENIAL? Porque en el fondo todos somos algo de esta Frances. Aunque jamás lo vayamos a reconocer no sólo públicamente sino delante de nuestro propio espejo de casa (ese en el que nos miramos todas las mañanas y varias veces a lo largo del día). Frances es nuestro amigo, o nuestra vecina o aquel compañero de la universidad que no soportábamos. Pero Frances NUNCA somos nosotros.

Mentira.

Noah Baumbach es un director que ya no me promete cosas; me las da envueltas en unos precisos y auténticos regalos. Y si encima te las presenta con la voz, el cuerpo, los gestos y las patochadas de Greta Gerwig (imposible no quererla), el regalo ya es PERFECTO. Hay en este director algo de la herencia de Woody Allen, pero herencia bien empleada: es un Woody, pero no lo es. Hay homenaje y criterios estilísticos a lo Woody que Noah Baumbach convierte en algo propio y, por tanto, nuevo. Y sale (todo) de un director que desde lo estrambótico me narra los dramas cotidianos de la gente normal. Esos dramas que cualquiera de nosotros protagoniza a diario. Y mientras, me río (a carcajadas varias veces: qué grande el momentazo visita relámpago a París de la protagonista).

Frances está madurando, pero no se da cuenta porque no quiere darse cuenta. Y hace muy bien en eludir ese “darsecuentade”. Reniega, lucha, retrocede, se evade, insiste, proclama…para seguir inmersa en su mundo propio. Mientras, la realidad (el dios omnipotente que jamás nos escucha) la irá poniendo en su sitio. Y nosotros, los espectadores, la iremos viendo instalarse en esa realidad con la satisfacción de advertir en otros lo que no queremos percibir en nosotros mismos.

Al final, resulta que esa gente insufrible, petarda, imbécil, metepatas, inoportuna, infantil y hasta ridícula ES FELIZ. ¿Por qué no las imitamos, aunque sólo sea un poco con consciencia?


“OH BOY” (Alemania, 2012), de Jan Ole Gerster


Qué complicado puede ser algo tan sencillo como tomarse un café. Ese podría ser el magnífico “macguffin” de esta deliciosa, fresca y penetrante pequeña película alemana, que posee el aroma de esas óperas primas –de hecho es la primera de este director- (y por eso no son redondas, pero casi) en las que un artista con ganas quiere contar cosas y, además, posee estilo para contarlas. Jan Ole Gerster ha visto mucho cine y se le nota. Sobre todo, se ha bebido toneladas de novelle vague y de Woody Allen.

¡Qué Berlín sale en la película! Justo el que nos perdemos los turistas, que se convierte, además, en coprotagonista del personaje principal, un inmaduro treintañero que deambula durante 24 horas por un Berlín repleto de seres derrotados y tan perdidos como él. Te ríes (a carcajadas varias veces) con esos individuos pintorescos, mientras los minutos van transcurriendo. Luego percibes que la sonrisa se te va agriando, incluso llega un momento en el que se te congela porque te atrapan las angustias y te reconoces en las sombras desoladoras de muchos de ellos. De todos ellos.

Me quedo con la firmeza y la claridad de un artista que persigue (y que logra transmitir con serena belleza en un blanco y negro espectacular) una atmósfera concreta, con personalidad y descaro, pero sin grandilocuencias. Como cuando vas a un museo gigante y, de pronto, un lienzo pequeñito, desconocido, anónimo, te llama poderosamente la atención y se te clava en la conciencia. Y sales del museo con la satisfacción de que tu visita ha merecido la pena.

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