(Reino Unido, 1967)
Stanley Donen, uno de los grandes directores del cine musical con varios títulos imperecederos, fue también un sabio artesano del celuloide que deseó desencasillarse en muchísimas ocasiones haciendo otro tipo de películas. Pero no fue hasta que rodó el prodigio de técnica y montaje que supuso “Dos en la carretera” cuando, por fin, lo consiguió: construir una obra maestra muy lejos de aquellos clásicos junto a Gene Kelly. El director supo salir de su particular “callejón sin salida”.
Tuvo que venirse a Europa. Aquí encontró Stanley Donen algo distinto. Por aquel entonces, la “nouvelle vague”, un cine de absoluta libertad imaginativa, se apoderaba de los contornos de la cinefilia. Y aunque “Dos en la carretera” está muy lejos de los principios de aquel movimiento, algo de su espíritu se apoderó de ella y entre sus fotogramas podemos respirar el vigor y las huellas de aquella osadía de unos jóvenes que quisieron cambiar el cine y lo consiguieron.
Hoy día, nadie puede negarlo, la película de Donen es una pieza de culto. Un film que ha ido ganando con el paso de los años y que, curiosamente, aunque no es un único caso, en la época de su estreno la crítica norteamericana (no así la europea) se negó a ver sus valías. Molestaron sus riesgos, molestó que la interpretaran Hepburn y Finney y molestó el tratamiento de veracidad que se le dio a las relaciones matrimoniales. Todo eso no ha importado a las nuevas generaciones, que ven en “Dos en la carretera” una película honesta y consciente con el tema que trata y, sobre todo, un film hermoso, irónico, inteligente y exquisitamente bien escrito.
Donen (al mando del timón) y Frederic Raphael (su excelente guionista) concibieron una composición geométrica que se basó en reunir, de manera bastante compleja, las piezas desperdigadas de los instantes de una pareja a lo largo de diez años de vida en común. Y éste es, quizás, su lado más recordado. Desde el punto de vista estructural, “Dos en la carretera” se convierte en un film de bellísima y poética sintaxis. Sus ensamblajes parecen seguir los ritmos de la memoria y de los pensamientos de la pareja que, desde el presente, evoca de forma aleatoria algunos instantes del pasado. Y a partir de esta forma narrativa nada convencional, todo en la película se subordina a la filosofía vital de unos cineastas que, en realidad, sólo quieren hablar de las relaciones de pareja y de cómo el paso del tiempo no altera algunas cosas que se mantienen a pesar de que cambien los vehículos, los peinados o las carreteras.
Esta muy particular “road movie” que avanza a base de sucesivos “flash-backs” (el pasado empapa de forma salvaje el presente), narra con exquisita depuración la ambigüedad de los sentimientos humanos, el viaje mental de una pareja suspendida (aunque no pare de ir de un lado a otro) por la losa de la memoria. El coche y la carretera (como símbolos de la vida matrimonial) les sirven a esta pareja para aprender de las desventuras y para afrontar con humor los resbalones. Es en esos temas donde se ensambla otro subgénero cinematográfico que emerge de “Dos en la carretera”: el de la “comedia romántica”. Donen y su guionista nos dan una visión del mundo que, a pesar de los múltiples sinsabores que este condensa, niega el pesimismo. Su película revela un realismo sin rencores: es la realidad que queda cuando uno crece y se despierta de los sueños.
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