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DOS LIBROS DE DOS AUTORAS MUY INTERESANTES


“LA HABITACIÓN DE NONA”, de Cristina Fernández Cubas

Páginas: 192

Año: 2015

Género: relatos


Colección de relatos protagonizados por narradoras femeninas. Todas ellas buscan algo, y en esa búsqueda se pierden entre los recovecos de la cotidianidad porque la realidad no es lo que parece. O es lo que aparenta, pero ellas no son conscientes porque no están acostumbradas a la ternura, o a la envidia, o al misterio, o a la vida que juega con el pasado que se quiere hacer presente.

En todas las historias tiene la misma importancia lo que leemos como aquello que se oculta y que no está, pero que los lectores sentimos que aparece en nuestros pensamientos. Las distancias entre lo que se cuenta y lo que no, son mínimas. Igual que los personajes: parecen una cosa y la aparentan, aunque en realidad sean otra, y la línea entre el bien y el mal también se estrecha hasta el punto de que en algunos de los cuentos el lector recibe una sorpresa. O quizá no tanta sorpresa, porque la autora te va preparando para que intuyas e imagines, y de esta manera, te anticipes. En cualquier caso, muchos de estos cuentos tienen un giro que modifica todo: trama, personajes, sentido.

La maldad, la locura o la envidia pueden aparecer en cualquier instante. Y el día a día, lo habitual, lo que parece que controlamos no es en realidad como creemos que es. Quizá ésta sea la sombra que pulula por todos los relatos.

De entre todos ellos, me parece magistral el que da nombre al libro entero: “La habitación de Nona”. Y me ha descolocado en el conjunto el último de todos los relatos (“Días entre los Wasi-wano”), pero una vez digerida mi lectura, he llegado a la conclusión de que es una historia que defiende, protege y premia a la imaginación como algo natural y fundamental para nuestra supervivencia.

Escritora de prosa sencilla que encierra esquinas que te hacen reflexionar, Cristina Fernández Cubas ha perpetrado un libro en el que luce un pulcro dominio de los mecanismos narrativos y donde los personajes (muchos de ellos espléndidos) se convierten en perfectas metáforas de esos seres desubicados que fabrica en masa la realidad de hoy.


“EL LAGO”, de Banana Yoshimoto

AÑO: 2005

PÁGINAS: 184

GÉNERO: novela


Copio contraportada: Chihiro, una joven artista de murales, vive sumida en el dolor producido por la muerte de su madre y en los recuerdos de la peculiar pareja que formaban sus padres. En estos días de tristeza, se fija en un muchacho que habita en el edificio de enfrente: lo que al principio era un cruce de miradas, acaba convirtiéndose en amistad. Casualmente, también el chico, llamado Nakajima, ha perdido a su madre, pero se siente tan abrumado que todavía no puede hablar de ello. (No sigo copiando, no me gusta destripar)

Banana Yoshimoto vuelve a conquistarme con otra de sus narraciones exquisitas, casi pespunteadas con delicado bordado en cada una de sus frases. Sus historias son peculiares, con personajes extraños –pero tan humanos–, y un estilo narrativo tan japonés que yo la considero una voz prestigiosa en la narrativa internacional actualmente. Hay quien la compara con Murakami –qué nos gustan las comparaciones–; pero son dos autores únicos que quizás, desde mi punto de vista, coincidan en retratar personajes irrepetibles e insólitos para la cultura de Occidente, pero hasta ahí las coincidencias.

En “EL LAGO” la tristeza y la soledad une a dos seres en principio antagónicos, pero que a medida que los vamos conociendo –a la misma vez que ellos se conocen mutuamente– percibimos que son afines y hasta casi gemelos en sus sentimientos, por mucho que cada uno arrastre un pasado diferente y a cuál más injusto y espinoso. La autora japonesa logra que me interese muchísimo como lector por el presente de estos dos personajes y, además, le da un toque reservado y hasta recóndito al pasado de uno de ellos, que cuando se descubre (alguien podría insinuar que de modo culebronero, pero que a mí no me ha molestado) arranca sentimientos de congoja en un lector ya entregado como yo lo estaba siendo hasta ese momento. Ambos personajes viven las consecuencias de ese pasado (el de uno de ellos contado desde el comienzo de la narración) y aprenden a entenderse de una manera que sólo la delicadeza del trazado estilístico de Banana Yoshimoto es capaz de conseguir, con “realismo mágico” a la japonesa incluido.

El the end me desconcierta, porque me descoloca y me hace pensar. No me estropea la novela que he leído y, de hecho, yo no lo cambiaría. Porque horas después de haberlo degustado considero que es ilusorio y metafórico para esa vida rara y complicada (y también estupenda) que parece que van a compartir ambos personajes a partir del punto y final de la novela y que como lectores nosotros ya no conoceremos y tendremos que imaginarlo.

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