"EL BOZAL", de Marc Colell
- salva-robles
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“EL BOZAL”, de Marc Colell
AÑO: 2025
PÁGINAS: 190
GÉNERO: relatos
“La infancia, ya se sabe, tiene algo de recolectora.
A la infancia, ya se sabe, le gusta rastrear, seleccionar,
golpear, romper, llevarse algo a la boca”.
Sólo voy a mencionar una sola vez la palabra “perro” en esta reseña. Y ya lo he hecho. Porque este libro no va de ellos, aunque ellos aparezcan en (y hasta protagonicen) los relatos. Esto va de seres humamos, de personas. De los meandros emocionales en los que nos ahogamos a veces. De los niños o jóvenes que atraviesan esas etapas vitales que tan marcados nos dejan. De familias que sobreviven a los embates de la cotidianidad. De la vida diaria dando zarpazos. De nosotros en la supervivencia o pese a ella.
Dentro de este libro es verdad que se escuchan muchos ladridos: son los aullidos de la vida incrustándose en los personajes que aquí trascienden lo literario para reconvertirse en seres humanos de carne y hueso que podríamos ser cualquiera de nosotros. Y, de nuevo, Marc Colell (como hizo anteriormente en su novela “REINO VEGETAL”) me arrincona contra mí mismo, me pisotea las emociones, me obliga a mirarme en el espejo de su prosa y acaba removiéndome la locura, los traumas o las heridas que sé que tengo entre mis intestinos, en mi conciencia y en esa manera que tengo muchas veces de afrontar lo que me toca soportar como premio de esa lotería que se llama vivir y respirar. Yo soy, por ejemplo, ese chaval que invitan a la casa de los Bayer en el relato titulado “Risa tonta”. O, por ejemplo, soy ese padre que quiere llevar a su familia a ver el mar en el relato que cierra el libro. Soy, además, todos esos seres que aparecen entre las páginas y que afirman, mismamente, que “arrastrábamos una tristeza especial”.
Cada relato de este libro (diez en total) podría pasar por ser un ensayo antropocéntrico sobre el alma humana. Diez historias en las que el escritor juega con el género para ofrecernos narraciones de estilos diferentes, pero en las que prima, pese al tremendismo de casi todas las historias, una ternura solapada y artera hacia las criaturas colellianas que las protagonizan. Es desde ese prisma, desde el afecto y la comprensión, desde donde el autor nos atrapa a los lectores que entendemos enseguida que, aunque haya azotamiento mientras leemos, hay un escritor que nos da voz y, al mismo tiempo, nos demuestra que nos escucha. Colell intuye al ser humano y, si no lo comprende del todo (nadie está capacitado para ello), sí que utiliza su prosa para ladrarnos que todavía hay quienes tiran de humanidad para empatizar y compadecerse. Y esto me merece mucho respeto: como escritor y como ser humano que escribe sobre lo que escribe, a Colell hay que apreciarlo y hasta quererlo.
Aquí dentro, en cada historia, se valora a un autor de prosa inmensa, de prosa delicada, de prosa cuidadísima, de prosa que bucea entre las metáforas y los símbolos para construir relatos que son, al mismo tiempo, alegorías y realismo directo. O fábulas y existencialismo naturalista. Es Colell un antropólogo literario que estudia con precisión (y altas dosis intuitivas) las enfermedades derivadas de las emociones humanas y nos regala en sus libros retratos hermosos, también muchas veces crueles, pero siempre certeros y eficaces en eso de radiografiar las verdades enmarañadas que anidan en nuestros subconscientes. Hay también en la prosa del escritor una llamada a la psique del lector que le susurra (con ladridos) que bucee en sus recovecos y se mire por dentro. Hay en el interior de estas diez historias como un centro motor que yo asocio a una de las acepciones latinas de la palabra “emovere” (=desalojar de un sitio, hacer mover o impresionar). Son relatos que aluden al movimiento y leerlos nos mueve hacia estados que sentimos, pero que igual no les ponemos nombres. Igual soy yo, podría ser: para mí leer a Colell es (y lo estoy diciendo desde el principio) reconocerme dentro de un libro. Su prosa es estímulo constante, que construye imágenes mentales dentro de mi cabeza que se añaden a las imágenes colellianas concretas para sumar estados afectivos que me conciernen, que nos conciernen a todos.
Todos los relatos son enormes en cuanto a calidad narrativa, pero los dos últimos a mí me parecen historias redondas, inmensas en logros e intenciones artísticas. Y los diez cuentos nos regalan narraciones que muestran a un escritor sobrio, suculento y sumamente delicado. Un prosista que construye realidad desde lo tenebroso con voces y tonos precisos, tan elocuentes como fecundos. Este es otro libro inmenso de un autor que ha dado en la diana ya dos veces en dos intentos. Su literatura es esa que a mí no se me agota nunca, esa que me crece no solo en el intelecto, sino sobre todo en las emociones. Hay veces que uno nunca cierra ciertos libros, que es incapaz de desprenderse de ellos, que aparecen en los siguientes que lees. Libros que te marcan y te remarcan, que te construyen y reconstruyen porque tienen dentro una visión amplificada del mundo a base de pedazos que le obsesionan al autor. Lo bueno de Colell es que usa la realidad para imaginársela y que no calla lo que no hay que callarse o que otros pretenden que callemos. Y, de paso, construye caminos de belleza para que otros los transitemos con deleite. Es de esos creadores a los que hay que darles siempre un gigantesco GRACIAS.
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