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DOS PELÍCULAS CON MUCHO JUGO


“NUESTRAS BATALLAS” (Bélgica, 2018), de Guillaume Senez


El cine veraz, aquel que revuelve las rendijas por donde la realidad nos ahoga muchas veces, es quizás el que más me llena y el que más poso me deja en mi memoria cinéfila. Como esta película pequeñita que se hace gigante en cuanto comienzas a sentirla y pensarla (poco después de los primeros diez minutos).

La cámara hace una radiografía de la intimidad de una familia. El soberbio trabajo de dirección y de guion cuida con sutileza y altas dosis de precisión quirúrgica a estos seres perdidos dentro de la realidad que les toca atravesar. Y es en esa supervivencia donde la elipsis se convierte en la más inteligente de las agudezas (y tiene muchas) de esta película que duele por lo que viven los personajes y por lo que tiene de espejo para el espectador que la contempla y la siente y piensa. Es de esas películas que yo llamo “película-vértigo”: los personajes muy bien podrían ser tú. Y, a veces, son tú directamente. De ahí el vértigo.

Puede pasar este melodrama (revestido de tragicomedia), repleto de otras capas que logran engrandecerla aún más, por una metáfora (perfectamente factible) del mundo de hoy en el que la depresión es el oxígeno que nos obligan a respirar y que salpica a todo y a todos, con diagnóstico o sin él (que suele ser lo más frecuente). Y detrás de ese melodrama familiar, hay otro melodrama muy bien zurcido con el principal: el de las precariedades laborales, que producen un terror cotidiano con el que también tenemos que sobrevivir.

Me ha emocionado durante sus cortísimos 98 minutos.


“DOBLES VIDAS” (Francia, 2018), de Olivier Assayas


Con el formato de comedia clásica francesa, con un punto Rohmer aliado a medias con Woody Allen y un mucho de incontinencia verbal en los personajes, Olivier Assayas construye una película deliciosa que habla con comodidad (y sin que nunca sobre ni una palabra en los discursos de todos los personajes) sobre un mundo concreto (el mundo editorial y los avances digitales que lo perturban todo) que se puede metaforizar como retrato del resto del mundo contemporáneo: el hoy y nosotros en ese hoy. Y, claro, la radiografía que sale es desasosegante y ridícula del nosotros, pero tan real y verídica que sonríes, al mismo tiempo que te psicoanalizas como espectador.

Es profunda sin parecerlo (su tono cuasi naif envuelto en las relaciones infieles, ayuda), culta sin ser pedante en ningún momento, lúcida sin estridencias, divertida siempre y su ligereza hace que te la tragues todo el rato con una sonrisa permanente (que se torna varias veces en carcajada).

Y al final, uno la piensa y se dice a sí mismo: he visto una película, en realidad, incómoda. Porque lo que me cuenta, sobre todo, es cómo sobreviven algunos (como sobrevivimos la mayoría) ante la vacilación y la perplejidad del mundo (tecnológico y todo lo que lo circunda) que nos aprisiona y esclaviza sin apenas darnos cuenta. Y te emocionas, porque el cine francés (una vez más) sabe captar la vida.

Posdata: delicioso grupo de actores, que olvidé decirlo.

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