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DOS PELÍCULAS DIFERENTES, PERO INCÓMODAS


“LA PROFESORA” (Eslovaquia, 2016), de Jan Hrebejk.


Menos mal que no todos los profesores somos así, pero haberlos los hay.

Narrada en dos tiempos que se solapan y mezclan sin estorbarse (el presente de la película que visualiza la reunión de padres; y el del pasado antes de ese presente donde la profesora ha cometido todos los actos de los que se la acusa), la película es un retrato tremendo de la Checoslovaquia del final del comunismo allá por los años ochenta. Pero el drama que se cuenta lo intuimos los espectadores, porque el tono adoptado por el guion es la comedia negra, irónica y hasta esperpéntica y tapa ese drama que, por supuesto, subyace detrás de todo lo filmado.

El personaje de la profesora es inmejorable como metáfora del mal, pero hablamos del mal cotidiano (no lo escribo en mayúsculas), ese que se da en pequeñas escalas y que, por tanto, pasa más desapercibido, pero hace aún más daño: representa la sociedad putrefacta, corrompida, depravada y tan pervertida bajo la máscara de un ser indefenso, aparentemente inocente pero que en realidad es un depredador. Y este personaje (interpretado por una soberbia e inmejorable actriz) es, con diferencia, lo mejor de una película divertida, lúcida y con chispazos de inteligencia cada cinco minutos.

Da miedo la profesora, sí. Pero el mismo miedo me dan esos padres que se enfrentan unos a otros en la reunión para la que han sido convocados. Padres tan viciados, degradados o podridos como la profesora. (Menos mal que no todos los padres somos así, pero haberlos los hay). Y así, claro, el retrato humano que muestra la película es universal: se puede dar en cualquier época y en cualquier sociedad. Y, en este sentido, la película goza de una vigencia que da mucho miedo y pone nuestras cabezas a meditar. Que falta nos hace.


“LAS HIJAS DE ABRIL” (México, 2017), de Michel Franco


Desgarrador psicodrama de mujeres que son mostradas sin ser juzgadas: le toca al espectador tomar partido. No es una película tan redonda como “DESPUÉS DE LUCÍA” -una joya de este mismo director-, pero sigue habiendo una crudeza valiente en mostrar a unos personajes (sobre todo el que interpreta la estupendísima Emma Suárez, que lo borda) un pelín pasados de rosca (aunque la realidad supere siempre a la ficción).

Pese a que los giros que va tomando la trama puedan parecer inverosímiles -y quizá esto haga tomar distancia al espectador en sentido negativo-, Michel Franco juega a ser el Michael Haneke mexicano y su frialdad aparente está llena de aristas que se clavan con fuerza en las retinas del espectador.

La película es una visión sobre la maternidad tan demoledora como espeluznante. Y es una apuesta artística que genera más preguntas que respuestas. Me quedo, también, con su postura estilística, que enmarca todo bajo una inteligente reflexión sobre nuestra condición como seres humanos.

Película muy embarazosa. Aviso.

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