Año: 2014
Páginas: 245
Género: memorias (novela autobiográfica)
Sorpresa. Me he encontrado con un Luis Landero huyendo de la ficción. En el comienzo de un nuevo libro, el autor resuelve sus dudas ante lo que estaba escribiendo y constata que está cansado (“saturado”, dice al principio de este libro) de la ficción y que lo que necesita es asomarse a la calle (el balcón del título) para mirar hacia el pasado. Llega, incluso, a plantear que la novela no pasa por sus mejores tiempos y que los lectores irán desapareciendo poco a poco, más interesados por otras ofertas actuales (más fáciles y rápidas). Y mientras reflexiona sobre todo esto, toma poco a poco protagonismo su vida pasada (la del niño y el adolescente que fue), y vida y literatura se funden, para crear una ficción (verdadera), que es la vida que Landero ha vivido junto a otros personajes de significativa importancia en su trayectoria vital. De esta manera, lo autobiográfico se hace eco (con una ternura aplastantemente irónica en muchos casos y humorística de forma directa en otras ocasiones) y los lectores asistimos a una narración apasionante y que emociona en cada página, porque, en definitiva, lo que leemos no es sino la valiente desnudez de un hombre (el escritor) que constata que el paso del tiempo es una habilidosa apisonadora que juega (implacable) con los recuerdos y que la memoria es tan quebradiza como impúdica.
Dan ganas de seguir leyendo para seguir conociendo a ese Luis Landero que, hasta ahora, sólo había aparecido disfrazado en sus personajes. Y el libro te obliga a pensar en ti y en los tuyos, sobre todo en esos padres que te dejan huérfano de un día para otro y de los que tomas consciencia verdadera justo cuando dejan de estar. Y al tomar consciencia de esa pérdida, compruebas (con dolor) que te quedaron por conocer muchas respuestas a preguntas que hubieras querido hacerles, a circunstancias de las que hubieras querido “estar al cabo de la calle” (así lo expresaba mi propio padre) y, en definitiva, lo que ha hecho conmigo este Luis Landero es que me percate de que la irreversibilidad del paso del tiempo se lleva consigo una parte de ti que forma parte de la esencia de lo que hoy eres. Y que, además, no se recupera nunca.