“EL JARDINERO Y LA MUERTE”, de Gueorgui Gospodínov
- salva-robles
- 26 may
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“EL JARDINERO Y LA MUERTE”, de Gueorgui Gospodínov
AÑO: 2024
PÁGINAS: 220
GÉNERO: elegía
“Mi padre era jardinero. Ahora es jardín”.
Todo duelo es un proceso emocional MUY intenso que se vive por una pérdida. Y sí, también es una herida que demanda su tiempo para cicatrizar. Y cada uno de nosotros lo vive de una determinada manera y los síntomas serán diferentes según la persona que lo padezca. De esto va, a grosso modo, el último libro del siempre inmenso escritor Gospodínov, que aquí se desmarca de su narrativa ficcional para regalarnos una especie de confesión ante como vivió la enfermedad y posterior muerte de su progenitor. El libro es todo él una extraordinaria elegía, un plañido emocional en el que la ternura (producida por todo lo que él admira y ama de su padre) y el estremecimiento se dan la mano en cada capítulo, en cada párrafo, en cada reflexión o anécdota que narra. La capacidad sensorial del autor se orienta hacia su sentido interno de sí mismo, lo que viene a ser su realidad personal. Gospodínov se niega a desensibilizarse ante la realidad vivida y sus resultados y convierte sus reflexiones en un alejar la represión de su conciencia y “vomita” todo aquello que vive, siente, piensa y/o le altera. Esa “vomitona” es un alarde de alarido que se niega a continuar esa cultura del silencio tan del patriarcado en la que los hombres deben tragar y enmudecer las emociones.
Gospodínov, muy al contrario, grita esas emociones, les pone voz, una voz poderosa y reflexiva utilizando una prosa liviana, desnuda, directa. Así, la sinceridad conmociona al lector en todo momento, le oferta un espejo en el que mirarse de vez en cuando y, claro, la agitación se produce y se establece una especie de comunión (estupenda y conmovedora) entre escritor y lector que es tan íntima como catártica. Porque el arte mayúsculo de Gospodínov fluye esta vez por el camino de lo personal que se convierte en universal, así las páginas nos regalan un relato intestinal muy íntimo y personal sobre el duelo y la memoria que es, finalmente y al mismo tiempo, un relato genérico y colectivo. Es imposible no reconocerse en esas preguntas, en esas dudas sobre cómo afrontar la pérdida o la ausencia de un ser querido. Gospodínov se desnuda por completo y, de paso, nos hace desnudarnos a los demás (sobre todo, a los que hemos sufrido la perdida de nuestros progenitores).
La inevitabilidad de la muerte y el amor filial son los dos grandes temas que pululan entre las páginas de un libro hermoso en profundidades (expresadas con etéreo discernimiento) y magnético y magnífico en resultados (la elegancia narrativa es, digámoslo claro, su más refulgente rasgo distintivo). Y, sin embargo, no es un libro sobre la muerte, aquí lo que se narra es el dolor de tener que ser testigo del final de una vida, de una última etapa que aparece desgajada con desgarro, misericordia y sin piedad. ¿Ver cómo se marchitan tus seres queridos se debería edulcorar? Gospodínov nos da una respuesta rotundamente negativa en “El jardinero y la muerte”.
Pero es que en el libro hay algo más. Al mismo tiempo que narra un duelo y las emociones derivadas por este, la elegía narrativa del autor nos ofrece, de manera solapada pero contundentemente, una descripción de una época, de un país, de unas costumbres ancestrales, de un modo de ser y entender el mundo a través de vivencias determinadas, es decir, de vidas construidas por la irrompible cadena causa-consecuencia y que nos dice claramente cómo un presente determina cómo seremos en el futuro. Así, el padre de Gospodínov es producto de un momento determinado de la historia de su país, de una educación recibida y anclada en los ancestros generación tras generación. Los seres humanos somos productos de la causalidad y no somos como somos por azar, sino que más bien todo es una consecuencia de todo. El escritor búlgaro toma consciencia de esto y de ahí estalla la empatía hacia su progenitor, al que admira, ama y protege dejando a un lado los prejuicios. Es decir, el libro (y esto es lo más hermoso de él) es un canto de pasión filial rotundo, sincero y tan emotivo como estremecedor.
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