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“EL LIBRO VACÍO/LOS AÑOS FALSOS”, de Josefina Vicens




AÑOS: 1958 y 1982

PÁGINAS: 300

GÉNERO: novela


Es curioso (y bonito, también) cómo nos llegan algunos libros. No conocía de nada (ni una sola referencia retenida en mi consciencia) sobre esta autora mexicana. En la Feria del Libro de Madrid me acerqué a una caseta y estuve (h)ojeando un rato y me decidí por un título que llevaba anotado para comprar. Al lado de ese título había otro que me había leído y le comenté al librero que me había encantado. Éste me miró, me sonrió y me dijo: “Pues si te llevas éste y me dices que ese otro te ha encantado, estamos en la misma onda lectora. Te voy a recomendar uno”. Me señaló el tomo de Josefina Vicens y me dijo textualmente: “Me volvió loco este descubrimiento”. No lo dudé y también me lo compré.

Esta autora me ha fascinado. Aún no tengo muy claro el o los porqués. Pero barrunto que hay algo de seducción y hechizo por cómo lleva a unos límites sugestivos las propias coordenadas del género novelístico. En ambas narraciones (dos novelas cortas, la segunda una nouvelle claramente), la escritora mexicana bucea en la imposibilidad de dos deseos (bien diferentes, pero concomitantes): en la primera novela, el deseo de escribir/no escribir; y en la segunda, el deseo de encontrar la propia identidad o asumir como propia la identidad que se tiene. De partida, parecen dos líneas argumentales extrañas y claro que lo son. Y no es la primera vez que esto sale en la literatura. Pero Josefina Vicens tiene voz propia y nos lo cuenta con una enajenación narrativa envolvente, siniestra a la par que parece construirlo todo con una extraña ligereza estilística que no lo es nunca, pues detrás hay subterráneos y recovecos temáticos atosigantes y de enjundia plausibles, además de unos asuntos que nos preocupan a todos llegados a la mediana edad, cuando los desencantos estallan y los desalientos nos ahogan justo en el momento que no nos queda otra que comprender que vivir no es sino registrar un fracaso (o varios: hay quienes crecimos no con uno, sino con varios sueños. ¡Ay!).

El narrador de “EL LIBRO VACÍO” que quiere escribir una novela, dice en un momento: “¿Por qué voy a emprender una batalla que quiero ganar, si de antemano sé que no emprendiéndola es como la gano?”. Y una página después, añade: “Pero esta noche estoy tranquilo, sereno, resignado mansamente al fracaso”. Y así se pasa toda la novela, sobreviviendo entre sus esperanzas o deseos y sus limitaciones, como cualquiera de nosotros. Y el lector lo que recibe no es sólo una historia metafísica sobre el oficio de escribir, sino también, y al mismo tiempo, una radiografía psicoanalítica de ese nosotros en el que nos convertimos al ir cumpliendo años. Pero lo que se lee no parece eso, lo que parece es un libro en el que parece que no ocurre nada y que, por tanto, parece que quiere retratar la nada, a la manera de ese deseo de Flaubert de construir un libro sobre nada. No, no es un galimatías esto, aunque lo parezca. Lo que ocurre es que su autora parece que alcanza la magia hablando, sin hablar, del vacío, de la vida vacía, de los dobles sentidos que hay en todo lo que anhelamos o emprendemos. Como dobles hay en toda la narración: los dos hijos que tiene, las novias gemelas de su infancia, su esposa y su amante, las dos hermanas…y, de paso, la propia escritura que es como una abertura/grieta por la que se filtran y mixturan el que escribe y lo que este engendra y ocasiona con lo que escribe.

El narrador y gran protagonista, de nombre común y hasta mediocre (José García), es lo que su nombre ya nos indica: un hombre cualquiera, un hombre corriente. Tú y yo, sí. Él es también nosotros. Es en la novela un burócrata que vive en la confluencia de sus propias negaciones: quiere escribir, aunque no tenga nada que contar. Dice escribir una novela, pero ciertamente escribe anotaciones en un cuaderno. Y, en realidad, para él escribir es un anhelo, pero también una forma de esconderse de la realidad cotidiana, de esa vida vacía en la que sobrevive ahogado en la repetición, condicionamientos y limitaciones de los días. Y es aquí donde, finalmente, la novela se hace grande, enorme fábula y metáfora del hoy: el hombre alienado, el hombre espectador de sí mismo, el hombre ahogado en la clase media que se ahoga entre los silencios propios y de los que le rodean. La novela es, en este sentido, una bofetada a la conciencia del lector.

En la segunda narración (“LOS AÑOS FALSOS”) hay un comienzo espectacular que desarma y descoloca. Así comienza: “Todos hemos venido a verme”. ¡Toma ya, ahora vas y lo cascas! ¿Qué hace un lector atento ante ese comienzo? Vibrar. Alucinar. Sonreír. Flipar. Relamerse. Y continuar anhelante la lectura, ¿no? Yo sí, desde luego. ¿Y qué me encuentro detrás de esa extraordinaria primera frase? Me topo con un “cuento” que parece una única oración fúnebre de un hijo ante la tumba de su padre y en la que el monólogo se disfraza con inteligencia de diálogo y, de esta manera, la novela (“nouvelle” por su extensión) se convierte en una compleja (por profundización e intenciones, no por estilo, que es endiabladamente diáfano sólo en apariencia) vivisección del yo y del otro (otra vez el doble ¿o lo doble?), del ser y el parecer, en la voz de un protagonista al que las circunstancias lo obligan (auto imposición indirecta y psicológica ) a ocupar el lugar de su padre. Y envolviendo todo eso, estallan los temas, la radiografía social y la grandeza estilística de una autora sublime, que nos habla de un México floreciente (con su clase media instalándose como puede en lo cotidiano), de la soledad, de la orfandad, del aburrimiento, de sobrevivir sin dirección concreta y, sobre todo, de la imposibilidad de construirse una identidad propia, que es parte de cómo se desguarnecieron los procedimientos sociales a finales de los sesenta del siglo pasado.

Para mí, esta Josefina Vicens explorada es todo un descubrimiento lector. Veo en ella una narradora de una perfección extrañísima, que me atrapa no sólo por la singularidad con la que encara los temas, sino por la profundidad metafórica que alcanza a la hora de hablar del vacío existencial, que es, creo yo muy sinceramente, el gran tema de sus dos únicas novelas escritas.

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